“Erase una vez
un lobito bueno,
al que maltrataban
todos los corderos.
Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas estas cosas
había una vez,
cuando yo soñaba
un mundo al revés.
El
Lobito Bueno
José Agustín Goytisolo,
Paco Ibañez
Pensar el mundo al revés
parece un juego de niños, pero también puede ser un ejercicio cognitivo útil
para empezar a cambiar el orden de género en donde abundan las creencias fijas.
Es cierto que los niños pueden aprender a descubrir el mundo sin todos los
prejuicios de género de sus padres o de sus abuelos, pero eso no se logra por
casualidad, sino con acciones pedagógicas intencionadas. Nos preguntamos si la
escuela puede contribuir a que las cosas cambien, a lograr que los niños y
niñas puedan cuestionar las creencias sexistas, racistas o discriminadoras que
les rodean. ¿Podrán encontrar alternativas que induzcan cambios o reflexión
sobre los estereotipos de género?
Los padres y madres que
tienen hijos en la educación preescolar se darán cuenta que las aulas recrean
una estética y valores de género en las imágenes que decoran los muros del
salón o bien en los juegos cotidianos, y en disfraces, bailables y
dramatizaciones escolares. Ahí se representa el “deber ser” de género para
niños y para niñas, son los estereotipos o “mandatos de género” que aparecen
naturalizados en la vida cotidiana de las escuelas y que se viven y se
reproducen sin cuestionarlos o modificarlos.
En un estudio etnográfico, derivado
de la observación a fondo, en un jardín de niños de esta ciudad, se describió a
una profesora que acostumbraba organizar una casita dentro del aula, colocaba
en un rincón el sitio del aseo, en otro el sitio de comer; organizaba a los
niños para que representaran las tareas que consideraba debían ser de la mamá y
las de papá. Solo llevaba a delante su programa escolar de los años noventa. Para
reforzar sus enseñanzas del “deber ser”, la maestra utilizaba animadas
canciones que decían que papá oso es fuerte y
proveedor, que sale a trabajar y mama osa se queda en la casita a
cocinar. Las niñas barrían con escobitas y los niños simulando voces roncas, daban
órdenes a la mama osa y a los ositos. Cuando la maestra organizaba los juguetes,
disponía los carritos para los niños y las muñecas para las niñas. Aunque los
niños improvisaban juegos coeducativos, donde los niños cargan a las muñecas o
las niñas quieren manejar los carritos, la maestra intervenía constantemente en
los juegos para que cada quien jugara “lo que corresponde”. El patio de la
escuela era también territorio con género, los niños jugaban futbol y pateando
un balón, se adueñaban del patio. Las niñas elegían lugares periféricos, se sientan
juntas, comen y juegan al ritmo de sus manos o peinan a las muñecas y conversan, sin moverse más que en una
pequeña área. La maestra no intervenía para redistribuir el espacio o formar
equipos mixtos para el futbol y lo juegos.
Un comportamiento similar se
describe cuando el grupo juega en el arenero, donde los niños se apropian del espacio
y las niñas se acomodan en un rincón. La maestra no ve nada raro en todo ello,
ve natural que los niños sean rudos e incluso molesten a las niñas. Otro
hallazgo del estudio fue la forma en que se organizaban los juegos. En el juego
de “la caperucita”, todas las niñas son caperucitas y los niños son lobos.
Cuando una niña quiere ser el lobo, la maestra
le dice que las niñas solo pueden ser caperucitas. Los niños desean jugar, pero
-hay que respetar las reglas, dice la maestra- imponiendo que nadie puede
cambiar de rol. Los niños lobitos
perseguirán a las niñas caperucitas. Las atrapan…las caperucitas nunca
persiguen al lobo, saben que deben dejarse atrapar, porque de lo contrario
contravienen el juego, así, actúan tal como su maestra espera que lo jueguen.[1]
Las creencias de género,
cuando son fijas pueden tener un carácter normativo e irracional, porque -siguiendo
el ejemplo anterior-, en la naturaleza también hay lobas, pero en la
imaginación de la maestra el mundo no puede ser más que de una manera. Lo cual
nos confirma lo revolucionario que puede ser a veces pensar el mundo al revés y
que es más fácil que los niños hagan ejercicios cognitivos audaces, que los
profesores, los padres, los comerciantes, los publicistas u otros sectores de
profesionistas y adultos.
En otra descripción de 2014,
-esta de Zamora Michoacán-, una maestra de preescolar, invirtió muchas horas de
trabajo manual para decorar su salón con el tema que sería el eje para todo el
año escolar, mismo que sería motivo de juegos, canciones, cuentos,
dramatizaciones y dibujos: las niñas serían princesas y los niños serían
superhéroes. En un cesto colocó las tiaras plateadas y capitas rosas con
brillitos para las princesas y en otro, las espadas, escudos y máscaras de los superhéroes.
Algunas madres de familia que colaboraron con la maestra, comentaban con orgullo que su
maestra estaba muy actualizada, porque representó a los personajes de la última
película que llegó a los cines. Otra madre, cuyas críticas no encontraron eco,
comento con preocupación, que durante el año escolar, el salón sería un reino
de fijezas, donde las niñas llevarían la rutina de representar la fragilidad de
princesas, salvadas por sus compañeros, superhéroes rudos y armados. Se
preguntaba si eso que enseñaba la escuela, podría confundir a su hija, que ya
le había agarrado gusto a usar tiara todo el tiempo.[2]
Valgan estas descripciones como motivo para reflexionar
sobre los retos que aún tenemos en el nivel preescolar, etapa importantísima en
la que los niños y niñas, inician la identificación de género. Etapa rica en
descubrimientos, en la que deberían aprender que su sexo biológico no les debe imponer
desigualdad y que ser niña o niño no debe asociarse a creencias fijas y
limitativas que los desvaloricen, especialmente a las niñas.
Para
promover la equidad de género y aplicar los avances en el currículum para el nivel
preescolar que ya tenemos en México, requerimos que las maestras y maestros se
atrevan a formarse en serio en la perspectiva de género para que puedan empezar
por imaginar los beneficios de un mundo más equitativo, un mundo donde las
niñas también puedan ser futbolistas o superhéroes
y los niños valoren, cocinar y cuidar a los ositos.[3]
Enseñar
a las niñas desde pequeñas a participar de nuevos roles que les permitan
desarrollar sus potencialidades y fortalecer su autoestima, debe ser una de las
metas de la educación y de la vida familiar.
[1]Aquí
hago mención de datos de la tesis, Lobos
y caperucitas en la formación preescolar. Una mirada desde la perspectiva de
género, de Rosa Eglantina Sánchez Núñez, (bajo mi dirección), en la Maestría
en Educación de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado de San
Luis Potosí, 2007.
[2]
Esta información fue compartida por una investigadora y se refiere a la escuela
donde estudia su hija.
[3]
Los lectores podrán ampliar sus conocimientos sobre estos temas en los
siguientes links: