jueves, 18 de diciembre de 2014

La libertad de soñar el mundo al revés: imaginación y género en el nivel preescolar

“Erase una vez
un lobito bueno,
al que maltrataban
todos los corderos.

Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.

Todas estas cosas
había una vez,
cuando yo soñaba
un mundo al revés.

El Lobito Bueno
José Agustín Goytisolo,
Paco Ibañez


Pensar el mundo al revés parece un juego de niños, pero también puede ser un ejercicio cognitivo útil para empezar a cambiar el orden de género en donde abundan las creencias fijas. Es cierto que los niños pueden aprender a descubrir el mundo sin todos los prejuicios de género de sus padres o de sus abuelos, pero eso no se logra por casualidad, sino con acciones pedagógicas intencionadas. Nos preguntamos si la escuela puede contribuir a que las cosas cambien, a lograr que los niños y niñas puedan cuestionar las creencias sexistas, racistas o discriminadoras que les rodean. ¿Podrán encontrar alternativas que induzcan cambios o reflexión sobre los estereotipos de género?


Los padres y madres que tienen hijos en la educación preescolar se darán cuenta que las aulas recrean una estética y valores de género en las imágenes que decoran los muros del salón o bien en los juegos cotidianos, y en disfraces, bailables y dramatizaciones escolares. Ahí se representa el “deber ser” de género para niños y para niñas, son los estereotipos o “mandatos de género” que aparecen naturalizados en la vida cotidiana de las escuelas y que se viven y se reproducen sin cuestionarlos o modificarlos.


En un estudio etnográfico, derivado de la observación a fondo, en un jardín de niños de esta ciudad, se describió a una profesora que acostumbraba organizar una casita dentro del aula, colocaba en un rincón el sitio del aseo, en otro el sitio de comer; organizaba a los niños para que representaran las tareas que consideraba debían ser de la mamá y las de papá. Solo llevaba a delante su programa escolar de los años noventa. Para reforzar sus enseñanzas del “deber ser”, la maestra utilizaba animadas canciones que decían que papá oso es fuerte y  proveedor, que sale a trabajar y mama osa se queda en la casita a cocinar. Las niñas barrían con escobitas y los niños simulando voces roncas, daban órdenes a la mama osa y a los ositos. Cuando la maestra organizaba los juguetes, disponía los carritos para los niños y las muñecas para las niñas. Aunque los niños improvisaban juegos coeducativos, donde los niños cargan a las muñecas o las niñas quieren manejar los carritos, la maestra intervenía constantemente en los juegos para que cada quien jugara “lo que corresponde”. El patio de la escuela era también territorio con género, los niños jugaban futbol y pateando un balón, se adueñaban del patio. Las niñas elegían lugares periféricos, se sientan juntas, comen y juegan al ritmo de sus manos o peinan a las  muñecas y conversan, sin moverse más que en una pequeña área. La maestra no intervenía para redistribuir el espacio o formar equipos mixtos para el futbol y lo juegos.


Un comportamiento similar se describe cuando el grupo juega en el arenero, donde los niños se apropian del espacio y las niñas se acomodan en un rincón. La maestra no ve nada raro en todo ello, ve natural que los niños sean rudos e incluso molesten a las niñas. Otro hallazgo del estudio fue la forma en que se organizaban los juegos. En el juego de “la caperucita”, todas las niñas son caperucitas y los niños son lobos. Cuando una niña quiere ser el  lobo, la maestra le dice que las niñas solo pueden ser caperucitas. Los niños desean jugar, pero -hay que respetar las reglas, dice la maestra- imponiendo que nadie puede cambiar de rol.  Los niños lobitos perseguirán a las niñas caperucitas. Las atrapan…las caperucitas nunca persiguen al lobo, saben que deben dejarse atrapar, porque de lo contrario contravienen el juego, así, actúan tal como su maestra espera que lo jueguen.[1]




Las creencias de género, cuando son fijas pueden tener un carácter normativo e irracional, porque -siguiendo el ejemplo anterior-, en la naturaleza también hay lobas, pero en la imaginación de la maestra el mundo no puede ser más que de una manera. Lo cual nos confirma lo revolucionario que puede ser a veces pensar el mundo al revés y que es más fácil que los niños hagan ejercicios cognitivos audaces, que los profesores, los padres, los comerciantes, los publicistas u otros sectores de profesionistas y adultos.


En otra descripción de 2014, -esta de Zamora Michoacán-, una maestra de preescolar, invirtió muchas horas de trabajo manual para decorar su salón con el tema que sería el eje para todo el año escolar, mismo que sería motivo de juegos, canciones, cuentos, dramatizaciones y dibujos: las niñas serían princesas y los niños serían superhéroes. En un cesto colocó las tiaras plateadas y capitas rosas con brillitos para las princesas y en otro, las espadas, escudos y máscaras de los superhéroes. Algunas madres de familia que colaboraron con  la maestra, comentaban con orgullo que su maestra estaba muy actualizada, porque representó a los personajes de la última película que llegó a los cines. Otra madre, cuyas críticas no encontraron eco, comento con preocupación, que durante el año escolar, el salón sería un reino de fijezas, donde las niñas llevarían la rutina de representar la fragilidad de princesas, salvadas por sus compañeros, superhéroes rudos y armados. Se preguntaba si eso que enseñaba la escuela, podría confundir a su hija, que ya le había agarrado gusto a usar tiara todo el tiempo.[2]


            Valgan estas descripciones como motivo para reflexionar sobre los retos que aún tenemos en el nivel preescolar, etapa importantísima en la que los niños y niñas, inician la identificación de género. Etapa rica en descubrimientos, en la que deberían aprender que su sexo biológico no les debe imponer desigualdad y que ser niña o niño no debe asociarse a creencias fijas y limitativas que los desvaloricen, especialmente a las niñas.


Para promover la equidad de género y aplicar los avances en el currículum para el nivel preescolar que ya tenemos en México, requerimos que las maestras y maestros se atrevan a formarse en serio en la perspectiva de género para que puedan empezar por imaginar los beneficios de un mundo más equitativo, un mundo donde las niñas también puedan ser  futbolistas o superhéroes y los niños valoren, cocinar y cuidar a los ositos.[3]


Enseñar a las niñas desde pequeñas a participar de nuevos roles que les permitan desarrollar sus potencialidades y fortalecer su autoestima, debe ser una de las metas de la educación y de la vida familiar.




[1]Aquí hago mención de datos de la tesis, Lobos y caperucitas en la formación preescolar. Una mirada desde la perspectiva de género, de Rosa Eglantina Sánchez Núñez, (bajo mi dirección), en la Maestría en Educación de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado de San Luis Potosí, 2007.
[2] Esta información fue compartida por una investigadora y se refiere a la escuela donde estudia su hija.