miércoles, 27 de mayo de 2015

Las maestras mexicanas y su contribución al cambio social y educativo (parte 2)



Pero el arrojo de estas profesoras impulsa la secularización educativa, indispensable en la nación, al ser el laicismo la puerta de entrada a la modernidad. La iglesia católica defiende sin reservas la educación religiosa en las escuelas públicas, y al ser las maestras un factor determinante en las escuelas rurales y en las misiones culturales, en un buen número de ellas se les hace pagar su entusiasmo con golpizas, violaciones, asesinatos.  (Carlos Monsiváis, 2009)



Actualmente la importancia de la labor educativa y social de las maestras rurales mexicanas, ha sido abordado en diferentes investigaciones tales como los trabajos de Ana Macías, Gabriela Cano, Ana Lau Jaiven, Carmen Ramos, Mary Kay Vaughan, Luz Elena Galván, Oresta López, Elsie Rockwell, Elvia Montes de Oca, Salvador Castillo, Yolanda Padilla-Salvador Camacho, Norma Ramos, Teresa Fernández, Rosa María González, entre otras. La mayoría de estos estudios son recientes, generados en los últimos 30 años.


En mi caso, me he dedicado a estudiar a las maestras mexicanas desde hace más de dos décadas y media,  fue a partir del estudio de las maestras rurales hidalguenses , que pude comprender una lucha olvidada: la lucha que emprendieron las maestras para la conquista de derechos reproductivos y la igualdad salarial. Mismos, que fueron conquistados durante los años en que Narciso Bassols estaba al frente de la SEP,  en 1933. Anteriormente se  mantuvieron diversos reglamentos que señalaban el cese de las profesoras en caso de casarse o de embarazarse y sus salarios eran por lo general inferiores a los de los hombres, pues les daban el estatus de ayudantes de los profesores varones.


Por entonces, los docentes no contaban con seguro médico y aunque desde el porfiriato se favoreció la feminización del magisterio, la SEP posrevolucionaria mantenía los viejos reglamentos moralizantes y de negación de la maternidad de sus empleadas, incluso negaban la imparable presencia de mujeres, así como su real colaboración en los proyectos posrevolucionarios y como fundadoras de la educación en el medio rural e indígena.


Los estudios han mostrado que las maestras iban a las comunidades pese a los riesgos que implicaba realizar su labor en un país que aún no se pacificaba y los ataques de cristeros en contra de agentes del gobierno eran constantes en ciertas regiones. Sin duda alguien que trabaja en estas condiciones es una muestra de que necesitaban el trabajo por ser pobres, como efectivamente lo eran la mayoría de ellas, pero también es importante decir que no pocas, tenían aspiraciones nacionalistas auténticas y que se unieron a los ideales de cambio y de reconstrucción nacional que impulsaban los gobiernos postrevolucionarios.


El reto  para cualquier investigador que haga historia de las mujeres, radica no solo en recuperar las evidencias de la presencia de las mujeres, sino en tratar de interpretarlas, lo cual solo es posible a partir del uso de herramientas conceptuales para hacer visible lo invisibilizado, en este caso, se trata de conocer los dispositivos de poder que permitieron la hegemonía de las políticas sexuales de corte patriarcal que subyacen en el sistema educativo.


Hablar de derechos reproductivos y de temas vinculados con la sexualidad humana, en los años treinta era desde luego todo un reto, pero la política médica vigente mostraba interés central en el cuidado del niño ante tanta mortalidad infantil y por ello algunos médicos se inclinaron por apoyar la autorización de permisos de maternidad a las profesoras con pago de salario completo, argumentando que era indispensable que sus hijos no fueran expuestos a la muerte y que el estado necesitaba también el trabajo de las profesoras.
En los testimonios que recuperé de las profesoras sobrevivientes a la educación socialista, encontré datos que muestran que pese a haber cambiado ganado el derecho a los permisos de maternidad, las autoridades y los padres de familia no veían bien que las maestras se embarazaran, lo veían como un mal ejemplo para las niñas. Entonces las maestras, aprendieron a negociar y a ir ejerciendo sus derechos reproductivos y al hacerlo también promovían ciudadanía femenina, pues fueron ejemplo de cambios importantes en la condición de las mujeres, al mostrar que estaban dispuestas a ejercer sus derechos y que podían ser madres y profesionistas.


Así, muchas chicas de extracción humilde, al convertirse en maestras, entraban a nuevos escenarios de socialización que las cambiaban como mujeres: por ejemplo, se cortaban las trenzas, se vestían de otra forma, actuaban en público y tomaban decisiones como empleadas con derechos. Todas las maestras se preparaban de acuerdo a las necesidades que entonces implicaba el trabajo en las escuelas y comunidades, sabían bordar y coser, algunas manejaban armas para protegerse en los caminos y la mayoría sabía montar a caballo, sembrar la tierra, preparar comidas, curar enfermos, atender partos, recitar, cantar y bailar.  La SEP las mostró como modelos de mujer del México posrevolucionario y pronto fueron incluso temas de novelas, de poesías, corridos y de las artes gráficas, Hasta en el cine, fueron personajes fuertes como en Río escondido y motivo importante en los murales de Diego Rivera.


En los más de 13 mil expedientes guardados en cajas en el Archivo de la Histórico de la SEP, podemos conocer las trayectorias profesionales de las maestras, ahí aparecen sus cartas, sus historias y sus reclamos a la SEP, son voces de mujeres que se negaban a ser tratadas como sub-profesionales y que reclamaban igualdad de trato, en la capacitación, en los derechos y en los beneficios laborales. Ahí constatamos que sólo nuevos esfuerzos historiográficos con perspectiva de género pueden hacer visibles a esas mujeres rebeldes que se enfrentaban a las estructuras de un discurso de género hegemónico, para reconocerlas, recordarlas e incluirlas a la memoria de este país.



[1] CANO, Gabriela, Mary Kay Vaughan y Jocelyn Olcott (compiladoras) Género, poder y política en el México posrevolucionario, Fondo de cultura Económica, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México, 2009, p, 31.

[1] LOPEZ Pérez, Oresta  Alfabeto y enseñanzas domésticas, el arte de ser maestra rural en el Valle del Mezquital. México, Colec. Antropologías CIESAS-CECAH, 2001.


miércoles, 20 de mayo de 2015

Las maestras mexicanas y su contribución al cambio social y educativo (parte I)

“En … Santa Rita, municipio de Tacámbaro,
la maestra María Salud Morales fue asesinada alrededor de las cuatro de la tarde del 16 de junio de 1937 [según el Diario El Machete] 
La profesora Morales, ha dado un ejemplo de entrega y de sacrificio.
Desde que llegó al lugar notó la oposición
de un grupo de fanáticos que trataron de amedrentarla para que se fuera.
 La profesora, comprendiendo el peligro en que se encontraba, se negó a salir del lugar, pero si se procuró una pistola.
Con ella, la maestra impuso respeto a los cristeros
que en muchas ocasiones trataron de asaltarla
en el trayecto del pueblo de Tecario a la escuela.
En otra ocasión los cristeros incendiaron la escuela.. […]  
agredieron a la maestra dentro de la escuela,
y sorprendiéndola cuando estaba desarmada
la mataron a golpes con palos y piedras.”

Citado por David L Raby,  (1974; 150-151.)





En la historia de las mujeres mexicanas, deberían aparecer en una posición importantísima, las maestras de escuela, que desde que aparecieron como trabajadoras del estado a finales del siglo XIX, han cumplido el papel de apoyar la secularización de la educación de las masas, de impulsar la alfabetización de las clases subalternas, de promover la inclusión de prácticas educativas modernas y más aún de ser los modelos de mujer profesional y autónoma, que eran y son ejemplo y han marcado el ritmo de cambio del resto de mujeres y niñas.
Durante el Régimen de Porfirio Díaz se empezó a hablar de modernizar la educación, siguiendo las pautas europeas, por entonces el pedagogo Pestalozzi, planteaba que las mujeres podrían incorporarse en formas excelentes al magisterio, que por entonces era un oficio de hombres. A finales del siglo XIX se abrieron escuelas para formar maestras, eran escuelas secundarias, academias y colegios y posteriormente con la fundación de las primeras normales para mujeres, aparecieron las primeras normalistas formadas en las ideas avanzadas de la pedagogía objetiva y moderna.


En México, estas maestras eran visibles en las grandes ciudades al frente de los colegios de niñas que por entonces se estaban abriendo para hacer efectiva la ley de educación obligatoria para niños y niñas. Eran pocas y ocupaban un lugar segregado por género: las maestras educando niñas y los maestros a los niños.


Después de la Revolución de 1910, José Vasconcelos, como nuevo secretario de educación, llamó a las mujeres alfabetizadas a sumarse a las cruzadas alfabetizadoras del nuevo gobierno. Miles de jóvenes se sumaron en forma voluntaria a estas tareas. Posteriormente el gobierno promovió los más importantes proyectos educativos para la educación rural de que se tuviera memoria en nuestro país. Nuevamente miles de jovencitas se sumaron a las acciones educativas, fundando escuelas incluso en los lugares más apartados y agrestes. Siendo aún niñas, muchas de ellas enfrentaban la resistencia de grupos conservadores y caciques a los proyectos educativos del gobierno. No pocas de ellas fueron agredidas, violadas, mutiladas y asesinadas por llevar las propuestas educativas que los gobiernos de Calles y de Cárdenas llevaron adelante: la educación socialista, la educación sexual y la puesta en marcha de la reforma agraria entre otras. Además de sus tareas en el aula, se ocupaban de la organización de los campesinos en ligas y sindicatos para la defensa de sus derechos.


En 1937, el Diario El Machete mencionaba que más de 200 maestros y maestras habían sido asesinados por los rebeldes cristeros y que una cantidad incontable había sido víctima de diferentes agresiones que afectaban a los profesores y profesoras. Múltiples escuelas habían sido quemadas, apedreadas y en el mejor de los casos sometidas a boicots por pate de elementos reaccionarios de los pueblos.  En algún momento de los años cuarentas, por disposición oficial, dejaron de mencionar a los y las mártires de la fundación de la escuela rural mexicana, considerado un periodo lleno de odio y diferencias con el gobierno revolucionario.


En mis investigaciones históricas, he podido construir una base de datos de más de diez mil maestras rurales del periodo 1924-1945, a partir de los expedientes personales del Archivo Histórico de la SEP, que se encuentra en el Archivo General de la Nación. Con esta información podemos saber que la mayoría de las maestras mexicanas de la primera mitad del siglo XX eran solteras, muy jóvenes, con estudios de primaria y muy pocas con título de normalistas. Se capacitaban en los cursos que las misiones culturales ofrecían en las regiones del país y ganaban un peso diario, sin contar sábado y domingo (20 pesos al mes) pero en algunos lugares –como bien lo documentó la historiadora Norma Ramos para el caso de Nuevo León- había maestras que ganaban menos de $15 pesos al mes. Por entonces no tenían seguro médico y por lo tanto, en caso de casarse o embarazarse tenían que renunciar a su empleo, pues la SEP quería señoritas profesoras.


Al tratar de fundar escuelas y llevar adelante los proyectos del gobierno, las jóvenes maestras se enfrentaban al atraso de los pueblos, al poder de los hacendados y caciques y al poder educativo que tradicionalmente tenía la iglesia en la educación.  Los expedientes están llenos de peticiones de garantías por alto nivel de violencia en las comunidades para llevar adelante su trabajo y también de múltiples solicitudes de permisos por enfermedades (el paludismo era incontenible) y de cambio de lugar de trabajo y de renuncias porque el salario era bajo, porque las amenazaban o porque se querían casar.


Monsiváis se refiere a ellas como:


Con valentía y desinterés, apegadas a las causas que benefician al pueblo y las mujeres (lo que entonces se llamaba “mística”), decenas de miles alfabetizan y hacen trabajo político entre 1920-1940. Son promotoras, activistas de partidos y grupos, y son también mártires de la “piedad” homicida de las turbas de cristeros y sinarquistas, y las víctimas de un proyecto radical de la década de 1930, muy fallido y declamatorio: la “educación socialista”, y de un proyecto necesario que la derecha y el clero impiden con fanatismo: la educación sexual. 


El reto de recuperar historias de mujeres en posiciones marginadas o las que vivieron tiempos violentos, radica asimismo en poder visualizar la violencia de género que marca sus vidas. Es importante usar el nuevo lenguaje que nos ofrece la teoría de género para releer las violaciones y otras agresiones que vivieron las maestras pioneras de la educación rural en el México de la posrevolución. 



[1] Carlos Monsiváis, introducción al libro Gabriela Cano, Mary Kay Vaughan y Jocelyn Olcott (comps.) Género, poder y política en el México Posrevolucionario, México, Fondo de Cultura Económica, Universidad Autónoma Metropolitana, 2009,p. 31.
[1] Oresta, López  Pérez, “Las maestras en la historia de la educación en México contribuciones para hacerlas visibles, en Sinéctica, No. 28, Febrero-julio, 2006

miércoles, 13 de mayo de 2015

De los maestros y maestras en los tiempos de la Revolución

 La Revolución exige que el maestro de la nueva escuela
no esté al servicio de los grandes intereses moopolizados
por las oligarquías territoriales o industriales,
que no sea un agente al servicio del egoismo
de las clases privilegiadas sino, por el contrario,
un obrero que pone su saber, su voluntad, su corazón,
al servicio, al servicio de la causa siempre justa de los oprimidos.
Ignacio García Tellez, Secretario de Educación en 1935.


En estos tiempos de voces que culpabilizan a los maestros por la crisis educativa y de sentencias fáciles de algunos candidatos, que en formas irreflexivas, plantean que la educación va mejorar si desaparecen las normales rurales, quisiera recordar que este país ha recibido en los momentos más duros, las ideas innovadoras y la voluntad y acción de cambio de los maestros y maestras de escuela. Se trata de una historia que es parte inseparable de lo que es la educación y el Estado mexicano. Hay una historia por recordar, en la que los profesores fueron considerados intelectuales orgánicos de la primera revolución social del siglo XX, la Revolución mexicana.


            Para el historiador James D. Cockcroft, académico de la Universidad de Texas, entre los intelectuales que instigaron la Revolución Mexicana, se encontraban dos tipos de profesionistas que jugaron un papel importante: los abogados y los maestros. Los primeros eran conocedores a fondo de los contenidos que se debatían en el debate parlamentario, aunque no se les veía muy comprometidos con los movimientos sociales y eran más bien distantes de las demandas de las masas, un licenciado destacado fue Venustiano Carranza. Mientras que los profesores, dice, eran “ingenuos, espontáneos e idealistas”, conocedores de las condiciones precarias de vida de las familias pobres de campesinos y obreros.  Gozaban de la confianza de comunidades completas, que seguían sus consejos y sus enseñanzas. No había ningún otro profesionista que lograra la cercanía auténtica que tenían los maestros y maestras con las comunidades y agrupaciones obreras.


            Así, el profesor texano, con amplio conocimiento,  rescató también el profesionalismo patriótico de los periodistas hombres y mujeres que jugaron un papel central para promover un periodismo crítico al régimen de Díaz, aun ejerciendo en las condiciones más riesgosas. Muchos periodistas hacían solos todo el trabajo editorial, desde la escritura de los textos hasta la puesta en marcha de las imprentas. Era común, que cuando publicaban notas que no le gustaban a Porfirio Díaz, eran aprehendidos, apaleados, aislados y sus imprentas destruidas. Algunos tuvieron que vivir el exilio obligado y publicar desde el extranjero, otros tenían que fundar y refundar periódicos para dar continuidad a su labor de comunicadores en tiempos de adversidad. La revolución surgió reclamando la desigual distribución de la riqueza, la falta de libertad de imprenta y de expresión, así como señalando la renuncia a los principios liberales elementales para la no reelección  traicionados por parte de Díaz. Una red de periodistas, abogados y maestros difundían las ideas revolucionarias y se sumaron a los grupos revolucionarios al lado de campesinos y obreros descontentos.


Otros profesionistas, que también tuvieron participaciones revolucionarias fueron los ingenieros agrónomos, conocedores de los problemas agrarios y que en algún momento ofrecieron sus conocimientos para articular adecuadamente las demandas agrarias y posteriormente las reformas posrevolucionarias en torno al reparto de la tierra.


Los maestros, desde el periodo de Díaz, asumieron su apostolado liberal a favor de la educación de las masas y posteriormente muchos apoyaron la lucha a favor del cambio de régimen,  fueron promotores desde la base, de levantar las demandas sociales y de jugar papeles de liderazgo desde el inicio mismo del movimiento. Francisco Bulnes, decía que los profesores de banquillo realmente eran profesionales abandonados por el régimen porfiriano, que estaban resentidos pues estuvieron sometidos por largo tiempo a los salarios más bajos (ganaban lo mismo que un conductor de carretas) y nunca recibieron el reconocimiento que se merecían.


Entre los maestros hubo muchos luchadores anti porfiristas, encontramos, por ejemplo a Otilio Montaño, que acompañó el proceso de construcción de las demandas agrarias del Zapatismo en Morelos, a Antonio I. Villareal que fue el Presidente de la Convención de Aguascalientes, a Manuel Chao que colaboró con el villismo y fue Gobernador de Chihuahua, a Plutarco Elías Calles que llegó a estar en la punta del poder en México, primero como presidente y luego como líder moral y Jefe Máximo, en el periodo conocido como el Maximato (1924-1934).


En la historia de San Luis Potosí encontramos también a maestros revolucionarios, como  a Librado Rivera, que estudio en la Normal del Estado, donde incluso dio clases a Antonio I. Villarreal. Rivera se unió al anarquismo y al Partido Liberal Mexicano, fue el editor de Regeneración y mano derecha de Ricardo Flores Magón en el exilio; otro maestro-periodista revolucionario fue Luis Toro, quien murió por su actividad antirreleccionista; David G. Berlanga, que fue el secretario de la Convención Revolucionaria de Aguascalientes y dirigió la educación en San Luis, promovió interesantes reformas y murió injustamente fusilado por un lugarteniente de Villa; Luis G. Monzón, también egresado de la Normal, maestro de escuelas, defensor de campesinos y escritor en la prensa opositora de Díaz en el Diario del Hogar. La maestra Dolores Jiménez y Muro, también escritora revolucionaria, encarcelada por sus escritos antirrelecionistas y colaboradora de Zapata en la redacción del Plan de Ayala; Graciano Sánchez, campesino y también maestro de escuela, que llegó a dirigir la primera central de  organizaciones campesinas.


Cercano a los casos de San Luis, otro maestro, Alberto Carrera Torres, pasaba del humilde trabajo en el aula a las tareas políticas más significativas de la historia, como su participación en las huelgas de los mineros de Cananea  y Rio Blanco, así como en múltiples batallas militares y actividades intelectuales de formulación de propuestas nacionales. Algunos morían a favor de la causa del pueblo…otros tuvieron relevancia, los más fueron olvidados un poco después…


Unos de estos [maestros] al combinar sus enseñanzas con la agitación política, encontraron muertes prematuras o fueron exiliados; otros se elevaron a rangos de  significado político y militar al hacer patentes sus radicales puntos de vista en las convenciones políticas y constitucionales de 1914 y 1916. Cuando la lucha hubo terminado y la constitución de 1917 promulgada, la importancia de estos maestros, por lo general, decayó y ellos fueron olvidados.


El olvido ha sido más duro aún  con los aportes a la educación  y a la sociedad de miles de maestras que ya empezaban a ser la mayoría del magisterio rural, que muchas de ellas junto con sus compañeros, fueron intelectuales de base en las acciones post-revolucionarias, fueron los creadores/as de miles de escuelas, de ligas agrarias, de sindicatos y de acciones a favor de la alfabetización de adultos, de gestores de la dotación de ejidos, promoviendo acciones sanitarias en los pueblos, así como impulsando el comercio de las artesanías, las fiestas cívicas y la nueva organización social, que de conjunto sentó las bases y dio fuerza al nuevo estado revolucionario,  a lo largo del siglo XX.


Algunos de ellos y ellas, perdieron sus vidas o fueron afectados en su integridad personal, por los rebeldes cristeros, o fueron víctimas de las duras condiciones sanitarias que prevalecían en ciertas regiones del país.

 
Cuando algunos políticos dicen que van a desaparecer las normales, por temor a su politización y radicalismo o prometen mayores presiones a los maestros, por los errores de sus malos líderes sindicales,  los ciudadanos debemos considerar que estamos frente a problemas más complejos,  que no se resolverán eliminando escuelas o a personas, que requieren una reforma educativa auténtica, consensuada e integral que tenga memoria de su historia, transparencia y capacidad de diálogo.


            Algo de esos maestros del pasado está aún presente en la memoria que alimenta las luchas de los futuros maestros de las normales rurales, decir que no se necesitan en este país a más maestros cuando aún no ganamos la lucha contra el analfabetismo, o peor aún criminalizar a todos los normalistas rurales, se convierte en un discurso desafortunado para quienes aspiran a un puesto de representación política. La desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa nos sigue doliendo a los mexicanos y no hemos encontrado por parte de quienes están habilitados para hacer justicia, un mensaje convincente, respetuoso y con memoria que anuncie una interlocución más comprometida con la ciudadanía.