La Revolución exige que el maestro de la nueva escuela
no esté al servicio de los grandes intereses moopolizados
por las oligarquías territoriales o industriales,
que no sea un agente al servicio del egoismo
de las clases privilegiadas sino, por el contrario,
un obrero que pone su saber, su voluntad, su corazón,
al servicio, al servicio de la causa siempre justa de los
oprimidos.
Ignacio
García Tellez, Secretario de Educación en 1935.
En
estos tiempos de voces que culpabilizan a los maestros por la crisis educativa
y de sentencias fáciles de algunos candidatos, que en formas irreflexivas,
plantean que la educación va mejorar si desaparecen las normales rurales,
quisiera recordar que este país ha recibido en los momentos más duros, las
ideas innovadoras y la voluntad y acción de cambio de los maestros y maestras
de escuela. Se trata de una historia que es parte inseparable de lo que es la
educación y el Estado mexicano. Hay una historia por recordar, en la que los
profesores fueron considerados intelectuales orgánicos de la primera revolución
social del siglo XX, la Revolución mexicana.
Para el historiador James D.
Cockcroft, académico de la Universidad de Texas, entre los intelectuales que
instigaron la Revolución Mexicana, se encontraban dos tipos de profesionistas
que jugaron un papel importante: los abogados y los maestros. Los primeros eran
conocedores a fondo de los contenidos que se debatían en el debate
parlamentario, aunque no se les veía muy comprometidos con los movimientos
sociales y eran más bien distantes de las demandas de las masas, un licenciado
destacado fue Venustiano Carranza. Mientras que los profesores, dice, eran “ingenuos,
espontáneos e idealistas”, conocedores de las condiciones precarias de vida de
las familias pobres de campesinos y obreros.
Gozaban de la confianza de comunidades completas, que seguían sus
consejos y sus enseñanzas. No había ningún otro profesionista que lograra la
cercanía auténtica que tenían los maestros y maestras con las comunidades y
agrupaciones obreras.
Así, el profesor texano, con amplio
conocimiento, rescató también el
profesionalismo patriótico de los periodistas hombres y mujeres que jugaron un
papel central para promover un periodismo crítico al régimen de Díaz, aun
ejerciendo en las condiciones más riesgosas. Muchos periodistas hacían solos
todo el trabajo editorial, desde la escritura de los textos hasta la puesta en
marcha de las imprentas. Era común, que cuando publicaban notas que no le
gustaban a Porfirio Díaz, eran aprehendidos, apaleados, aislados y sus
imprentas destruidas. Algunos tuvieron que vivir el exilio obligado y publicar
desde el extranjero, otros tenían que fundar y refundar periódicos para dar
continuidad a su labor de comunicadores en tiempos de adversidad. La revolución
surgió reclamando la desigual distribución de la riqueza, la falta de libertad
de imprenta y de expresión, así como señalando la renuncia a los principios
liberales elementales para la no reelección
traicionados por parte de Díaz. Una red de periodistas, abogados y
maestros difundían las ideas revolucionarias y se sumaron a los grupos
revolucionarios al lado de campesinos y obreros descontentos.
Otros
profesionistas, que también tuvieron participaciones revolucionarias fueron los
ingenieros agrónomos, conocedores de los problemas agrarios y que en algún
momento ofrecieron sus conocimientos para articular adecuadamente las demandas
agrarias y posteriormente las reformas posrevolucionarias en torno al reparto
de la tierra.
Los
maestros, desde el periodo de Díaz, asumieron su apostolado liberal a favor de
la educación de las masas y posteriormente muchos apoyaron la lucha a favor del
cambio de régimen, fueron promotores
desde la base, de levantar las demandas sociales y de jugar papeles de
liderazgo desde el inicio mismo del movimiento. Francisco Bulnes, decía que los
profesores de banquillo realmente eran profesionales abandonados por el régimen
porfiriano, que estaban resentidos pues estuvieron sometidos por largo tiempo a
los salarios más bajos (ganaban lo mismo que un conductor de carretas) y nunca
recibieron el reconocimiento que se merecían.
Entre
los maestros hubo muchos luchadores anti porfiristas, encontramos, por ejemplo
a Otilio Montaño, que acompañó el proceso de construcción de las demandas
agrarias del Zapatismo en Morelos, a Antonio I. Villareal que fue el Presidente
de la Convención de Aguascalientes, a Manuel Chao que colaboró con el villismo
y fue Gobernador de Chihuahua, a Plutarco Elías Calles que llegó a estar en la
punta del poder en México, primero como presidente y luego como líder moral y
Jefe Máximo, en el periodo conocido como el Maximato (1924-1934).
En
la historia de San Luis Potosí encontramos también a maestros revolucionarios,
como a Librado Rivera, que estudio en la
Normal del Estado, donde incluso dio clases a Antonio I. Villarreal. Rivera se
unió al anarquismo y al Partido Liberal Mexicano, fue el editor de Regeneración
y mano derecha de Ricardo Flores Magón en el exilio; otro maestro-periodista
revolucionario fue Luis Toro, quien murió por su actividad antirreleccionista;
David G. Berlanga, que fue el secretario de la Convención Revolucionaria de
Aguascalientes y dirigió la educación en San Luis, promovió interesantes reformas
y murió injustamente fusilado por un lugarteniente de Villa; Luis G. Monzón,
también egresado de la Normal, maestro de escuelas, defensor de campesinos y
escritor en la prensa opositora de Díaz en el Diario del Hogar. La maestra
Dolores Jiménez y Muro, también escritora revolucionaria, encarcelada por sus
escritos antirrelecionistas y colaboradora de Zapata en la redacción del Plan
de Ayala; Graciano Sánchez, campesino y también maestro de escuela, que llegó a
dirigir la primera central de
organizaciones campesinas.
Cercano
a los casos de San Luis, otro maestro, Alberto Carrera Torres, pasaba del
humilde trabajo en el aula a las tareas políticas más significativas de la
historia, como su participación en las huelgas de los mineros de Cananea y Rio Blanco, así como en múltiples batallas
militares y actividades intelectuales de formulación de propuestas nacionales.
Algunos morían a favor de la causa del pueblo…otros tuvieron relevancia, los
más fueron olvidados un poco después…
Unos
de estos [maestros] al combinar sus enseñanzas con la agitación política,
encontraron muertes prematuras o fueron exiliados; otros se elevaron a rangos
de significado político y militar al
hacer patentes sus radicales puntos de vista en las convenciones políticas y
constitucionales de 1914 y 1916. Cuando la lucha hubo terminado y la
constitución de 1917 promulgada, la importancia de estos maestros, por lo
general, decayó y ellos fueron olvidados.
El
olvido ha sido más duro aún con los
aportes a la educación y a la sociedad
de miles de maestras que ya empezaban a ser la mayoría del magisterio rural,
que muchas de ellas junto con sus compañeros, fueron intelectuales de base en
las acciones post-revolucionarias, fueron los creadores/as de miles de
escuelas, de ligas agrarias, de sindicatos y de acciones a favor de la
alfabetización de adultos, de gestores de la dotación de ejidos, promoviendo
acciones sanitarias en los pueblos, así como impulsando el comercio de las
artesanías, las fiestas cívicas y la nueva organización social, que de conjunto
sentó las bases y dio fuerza al nuevo estado revolucionario, a lo largo del siglo XX.
Algunos
de ellos y ellas, perdieron sus vidas o fueron afectados en su integridad
personal, por los rebeldes cristeros, o fueron víctimas de las duras
condiciones sanitarias que prevalecían en ciertas regiones del país.
Cuando
algunos políticos dicen que van a desaparecer las normales, por temor a su
politización y radicalismo o prometen mayores presiones a los maestros, por los
errores de sus malos líderes sindicales,
los ciudadanos debemos considerar que estamos frente a problemas más
complejos, que no se resolverán
eliminando escuelas o a personas, que requieren una reforma educativa
auténtica, consensuada e integral que tenga memoria de su historia,
transparencia y capacidad de diálogo.
Algo de esos maestros del pasado
está aún presente en la memoria que alimenta las luchas de los futuros maestros
de las normales rurales, decir que no se necesitan en este país a más maestros
cuando aún no ganamos la lucha contra el analfabetismo, o peor aún criminalizar
a todos los normalistas rurales, se convierte en un discurso desafortunado para
quienes aspiran a un puesto de representación política. La desaparición de los 43 normalistas de
Ayotzinapa nos sigue doliendo a los mexicanos y no hemos encontrado por parte
de quienes están habilitados para hacer justicia, un mensaje convincente,
respetuoso y con memoria que anuncie una interlocución más comprometida con la
ciudadanía.
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