miércoles, 29 de abril de 2015

Los derechos de las mujeres a la salud sexual y reproducción elegida




“Los derechos reproductivos
son los derechos de las mujeres
a regular su propia sexualidad
y capacidad reproductiva,
así como a exigir que los hombres
asuman la responsabilidad
por las consecuencias del ejercicio
de su propia sexualidad.”
Veronica  Stolcke (2008)



Son ya muchas las voces que han colocado en la agenda pública el problema real de que las mujeres en México no pueden tener un ejercicio pleno de sus derechos sexuales y reproductivos, especialmente las que están en condiciones de vulnerabilidad social por ser pobres, indígenas o vivir en condiciones migratorias. En este texto recuperamos parte de los estudios de la asociación civil GIRE Grupo de Información en Reproducción Elegida, que  se ha distinguido por comprender, atender, promover y sustentar jurídicamente las demandas y los derechos reproductivos de las mujeres, materia en la que tenemos grandes pendientes en México y en América Latina.


Recordemos que los derechos reproductivos están reconocidos en la Constitución, de acuerdo con el art. 4º. “Toda persona tiene derecho a decidir de manera libre, responsable e informada sobre el número y el espaciamiento de sus hijos” Ahí se reconoce que tenemos derecho (un derecho universal) a la protección de la salud. Ningún funcionario público o ministro religioso, debe impedir este derecho que plantean los mandatos constitucionales.


Otro art. Constitucional, el 133, señala que el estado mexicano respetará los compromisos que ha adquirido con la comunidad internacional al suscribir tratados, acuerdos e instrumentos para proteger los derechos reproductivos de las mujeres. En este sentido grupos de mujeres, han dado seguimiento a los acuerdos firmados en las conferencias internacionales, para impulsar la construcción de nuevas propuestas para la defensa de los derechos reproductivos en nuestro país. La conferencia de Beijing de 1995, especialmente, ha sido clave para el tema. Por ello ahora se supondría que hablar de la posibilidad de interrumpir un embarazo es parte del derecho a gozar de salud, en tanto estado general de bienestar físico, mental y social, por ser parte de los aspectos ligados a la reproducción y a sus procesos, por ello se supondría que todas las mujeres tienen derecho a servicios médicos garantizados en estos temas, pero no es así.


GIRE es quizá una de las organizaciones que ha insistido en forma sistemática y fundamentada en el derecho de las mujeres a una reproducción elegida y en afirmar que un tema central de los derechos reproductivos es el aborto:


El acceso al aborto legal y seguro, es parte esencial de los servicios de salud reproductiva a los que tienen derecho las mujeres. Se fundamenta en los derechos a la vida, la salud, la integridad física, la vida privada, la no discriminación  y la autonomía reproductiva de las mujeres. Estos derechos se encuentran reconocidos tanto en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos como en los tratados internacionales en materia de derechos humanos.


Cuando los servicios de aborto son inaccesibles para las mujeres que los necesitan o cuando las leyes de aborto son restrictivas, los Estados pueden ser responsables por las violaciones a los derechos humanos que les causan. Además, tiene un impacto negativo en el ejercicio de los derechos de las mujeres, sus oportunidades de vida y su futuro. 


Cabe decir que en México el tema del aborto inducido es un tema antiguo y recurrente a lo largo de la historia, que presenta avances y retrocesos. En el siglo XIX, durante los gobiernos de los liberales, el aborto fue hecho visible en la ley en 1871, a pesar de las presiones de la iglesia, y no fue resultado de un debate público. Por entonces el aborto intencional tenía una menor penalización si la mujer lo hacía por cuestiones de honoris causa, es decir por salvar su honor y por cuidado de la institución familiar. No había sanción si la mujer abortaba por motivo de accidente o si la vida de la mujer corría peligro.


La legislación se fue endureciendo al respecto, aunque ha tenido muchas modificaciones  no han sido cambios de fondo, a excepción de los avances que tiene el Distrito Federal. Incluso con el incremento de embarazo adolescente,  sin duda se replican a gran escala, situaciones como la del caso de Paulina (niña violada y con derecho a un aborto legal) en el que se mostró claramente que aunque se tengan derechos en el papel, en la práctica no se cumplen.


Es decir, aunque se emita una orden judicial para la realización de un aborto legal en condiciones seguras, en casos de violación a menores de edad, en cualquier hospital público, se les niega su derecho a realizar la intervención. Los médicos pueden aducir Objeción de conciencia para no realizarlo y pocos son los estados que tienen legislación para garantizar la presencia de médicos ejecutores en casos de emergencias, para cumplir la ley. 


Ha sido GIRE, más aún que INMUJERES, la organización civil que ha dado seguimiento puntual a lo que ha pasado en ocho años de cambios legales a favor de hacer efectivos los derechos reproductivos de las mujeres. Como se sabe, en 2007 la Asamblea Legislativa del DF modificó el Código Penal para despenalizar el aborto hasta la semana 12 de gestación, con ello se inició una reforma que permitía la interrupción legal del embarazo en hospitales públicos de la Secretaría de Salud del DF. De esa fecha hasta el 31 de marzo de 2015 se han practicado 138, 172 abortos a mujeres que según los datos estadísticos tienen las siguientes características: en su mayoría han sido jóvenes de entre 18 y 24 años, procedentes del Distrito Federal (72.5%) y del Estado de México (24%), pero también atendieron a mujeres de otros estados y extranjeras (3.3.%); solteras en su mayoría (53.1%) o que viven en unión libre (28.1 %); con escolaridad de Preparatoria (39.7%) o secundaria (32.3%); que tienen como ocupación principal dedicarse al hogar (35.2%) o ser estudiantes (25.1%). Cabe decir que el 53.1% de solicitantes pidió la intervención antes de cumplir los dos meses de embarazo.  Asimismo las menores de edad de entre 11 y 18 años que con la autorización de sus padres, solicitaron la interrupción de su embarazo, han sido en total 8, 334. Un dato que revela lo duro que significa tomar la decisión de abortar se advierte en que un 13.9% de las solicitantes totales ya no acudieron a la cita para realizarlo.


Por otra parte GIRE recuperó información respecto a la procedencia de las mujeres atendidas  de las entidades de la República, pues como se sabe fuera del DF en todos los estados se criminaliza el aborto, así, se puede apreciar que en ocho años se han atendido solicitantes de: Puebla 774; Hidalgo 607; Morelos 450; Jalisco 322; Querétaro 314; Michoacán 300; Veracruz 261 y Guanajuato 260. 


Estas cifras tienen aún mucho por decir, no obstante se puede apreciar en general que la legalización de la interrupción del embarazo no es fácil para las mujeres, pues se calcula que siguen predominando las prácticas riesgosas y clandestinas. Se trata de un problema de salud y de política pública que sigue sin resolverse. Lo más lamentable es que siga habiendo mujeres que además de sufrir deficiente o ausente educación sexual de ellas y sus parejas, tengan que cubrir duras penalizaciones perdiendo por años su libertad. Martha Lamas lo ha señalado con mucha claridad:


“ninguna mujer aborta por gusto. Ninguna mujer debería enfrentar, además del conflicto que supone un aborto, todo lo que implica la clandestinidad: el riesgo, la extorsión, [la prisión], la enfermedad y la muerte”.


En  2010 el PAN en alianza con otros partidos como el PRI,  habían modificado 17 constituciones locales para impedir que las mujeres cumplieran su derecho a una reproducción elegida, y desde entonces se ha seguido el ejemplo en otras entidades, con pequeñas variaciones. Estas modificaciones proponen penalizar casi invariablemente a las mujeres. Por ello, tocar el tema se ha vuelto muy complicado y casi prohibido en nuestra entidad, a pesar de los graves problemas que se tienen de embarazo adolescente y de desinformación y falta de educación sexual. Los embarazos no deseados están a la orden del día y pese a que el Estado no tiene aseguradas estrategias para prevenirlos, ni personal capacitado para entender el problema, se prefiere la omisión y con ello, se permite la continuidad de prácticas que  criminalizan a las mujeres incluso en los casos de abortos espontáneos. La ley se ha aplicado con sesgos racistas y discriminadores, pues las criminalizadas han sido pobre y/o indígenas.


El tema del aborto seguirá presente en el espacio público –aunque incomode y aunque se silencie- porque es uno de los temas en que una sociedad define su interés por la vida y los derechos de las mujeres.



Hablar de autonomía, de avances democráticos y de ciudadanía de las mujeres en los estados, será una noción inalcanzable mientras no podamos hablar de su derecho a decidir sobre su sexualidad y maternidad. Esa autonomía es aún más inaccesible para las mujeres en condiciones de vulnerabilidad, sin educación, sin ingresos, sin conocimiento de la ley y sin acceso a los servicios básicos y de salud pública. El reto es enorme, pero se cuenta ya con mayores experiencias nacionales e internacionales, que muestran que la legalización del aborto no genera conductas sociales pro-abortivas, sino que apenas es una medida emergente, que elimina la penalización injusta que solo se aplica a las mujeres y no responsabiliza a los hombres por las consecuencias de su sexualidad.

miércoles, 15 de abril de 2015

La desigualdad de género en el mundo académico y universitario

“La actividad científica, como institución social,
ha perpetrado sistemáticamente injusticias contra las mujeres,
notablemente su exclusión tanto como objetos
cuanto como sujetos de la investigación  científica, 
cuando no avalando el desarrollo de las
investigaciones sesgadas en contra de las mujeres”

Ana María Sánchez Mora, 2004, p.60.[i]
Apenas en 1996, en una universidad mexicana, -considerada una de las más democráticas del país-, escuché a un profesor universitario referirse a una colega filósofa como una “prófuga del metate”, para señalar que a su juicio nada tenía que hacer en la universidad y menos aún en el campo de las humanidades. Su comentario se empleaba para justificar el hecho de lo que yo consideraba una injusticia, pues la profesora tenía muchos años siendo profesora de horas clases y no veía cercana aún su llegada a la categoría de profesora de tiempo completo. Ese mismo profesor decía que sus alumnas solo iban a la universidad a “buscar marido” y por si no fuera suficiente, para dejar clara su ideología sexista, desanimaba a todas las interesadas en trabajar temas de historia de las mujeres como objeto de estudio para su tesis, sugiriéndoles mejor estudiar batallas o personajes importantes de la política, es decir, varones.


Si alguien piensa que ese tipo de discriminaciones fueron cosa del siglo pasado, se equivocan, en pleno siglo XXI, en cualquier universidad de este país, seguimos escuchando noticias de que sigue habiendo profesores que repiten constantemente a sus alumnas que nada tienen que hacer en ciertas carreras, como en ingeniería o en Ciencia Política, entre otras. No es historia pasada saber que el hostigamiento sexual prevalece en formas cotidianas en los espacios universitarios.



Podría pensarse que esto sucede en las universidades donde los alumnos tienen posiciones frágiles en la estructura de poder, efectivamente, pero también sucede en la UNAM y sucede en muchos otros centros de investigación. Ahora podemos nombrarlo con todas sus letras, se llama violencia de género, porque ahí se sigue discriminando a las mujeres por el solo hecho de ser mujeres. La institución a través de sus representantes, asume como natural este tipo de violencias, y como parte del sentido común  y de la cultura institucional que se reproduce en el día a día.


Hablar por ello, de violencia de género en las universidades, incluso puede pensarse como políticamente incorrecto, pues son las instituciones que representan el lugar del saber, un saber que pareciera inocuo, sin lugar a dudas.


Para ser políticamente correctas, las universidades tienen la gran tarea de promover las políticas de igualdad de género y atender en serio los problemas de hostigamiento hacia las mujeres en los espacios universitarios, que son múltiples, directos e indirectos.


El reto de incluir a las mujeres en la ciencia con políticas afirmativas es una tarea pendiente, durante siglos las instituciones universitarias han remarcado las exclusiones, han sido elitistas, planteando detrás del discurso de la meritocracia, una realidad mucho más compleja, pues el saber universitario se ha asociado como parte del género masculino. Más específicamente ser parte de la intelectualidad o la comunidad científica, se asocia con hombres blancos y occidentales. Luego entonces la universidad como institución ha excluido de diferentes formas, abiertas o sutiles, a las mujeres, a los pobres, a los indígenas, a los gays y lesbianas y a personas con discapacidades.  


En la UNAM según un estudio reciente,  tiene espacios y áreas donde gobierna la meritocracia masculina y se mantiene el trato de “intrusas” a las mujeres que ingresan a ciertas carreras de las ciencias exactas, segregando a las mujeres a las carreras de cuidado como enfermería, pedagogía, trabajo social, entre otras. Se ha detectado que prevalecen a su interior, interacciones discriminadoras que generan un mal ambiente, se trata de un campo de tensiones de género.


Algunas de las conductas y formas de comunicación e interacción de los docentes y de los propios alumnos frente a sus colegas y alumnas,  forman parte de esa cultura sexista en la que no se les toma en serio. En un ambiente machista, en el que de entrada las mujeres son consideradas menos valiosas que los hombres, es común que se refieran a la apariencia física de las mujeres, o atribuyan sus logros a la posición de poder de sus parejas o maridos, o bien tratan de someterla a mayores pruebas, pues siempre dudan de los buenos resultados de las mujeres.


Actualmente se reconoce a partir del estudio citado, que la UNAM tiene pocas mujeres en los puestos de alto nivel de toma de posiciones, así como en las plazas mejor pagadas; solo un 34% de académicas pertenecen al sistema nacional de investigadores;  no hay procesos de inclusión intencionados en las carreras de ciencias exactas y en las ingenierías (26.7% de alumnas en físico matemáticas e Ingenierías), por solo mencionar algunos de los hallazgos de la investigación.


La Universidad tiene que reconocer esos actos discriminatorios claramente como institución, actualmente los reduce a ser solo problemas de mujeres. Asimismo existen muchos microdetalles discriminatorios en la escala más cotidiana en la vida docente universitaria, actos sutiles y sistemáticos que se aprecian en múltiples subjetividades de quienes tienen el poder en las jerarquías, -generalmente hombres- que aplican un trato de intrusas a las académicas y a las estudiantes,  en las evaluaciones, en las valoraciones de la productividad (ellas tienen salarios menores), en los estímulos diversos, o en los reconocimientos para dar nombramientos y cargos, donde prevalecen también las formas de exclusión de mujeres para participar de responsabilidades de alto nivel. Tanto las académicas como las estudiantes, se quejan de muchas sutiles formas de ser discriminadas por ser mujeres.


Todas, como se puede advertir,  son conductas que se ajustan al patrón estereotipado y patriarcal, un modelo que prevalece en las universidades y frente al cual, sus integrantes (estudiantes, profesores, directivos y administrativos) y  la sociedad civil, no pueden quedarse al margen. Pues la universidad es el lugar para enseñar los logros más avanzados del pensamiento y los derechos humanos, constituye un potencial espacio para democratizar un poco el mundo y para iniciar un camino de equilibrios necesarios para la convivencia humana.



[i] Sánchez Mora, Ana María, La ciencia y el sexo, México, Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, 2004.




miércoles, 8 de abril de 2015

Género y democracia: la pasión por la igualdad en los países nórdicos

“En todos los países escandinavos,
como en la mayoría de las sociedades industrializadas,
el género es el mejor mecanismo de predicción
del estatus social de una personas”
Helga Maria Hernes, 1987,p.28.


Desde los años sesenta, los movimientos feministas de los países nórdicos (Noruega, Suecia, Dinamarca, Islandia y Finlandia), empujaron a que sus Estados y partidos, asumieran políticas afirmativas para el avance de las mujeres en la participación parlamentaria. Recordemos que una política afirmativa, es aquella que promueve acciones estratégicas temporales para generar igualdad, ahí donde no la hay.


Así, diversos partidos escandinavos aprobaron el principio de por lo menos 40 por ciento de representación femenina en todas las listas y en los diversos niveles de participación al interior del partido. Esto fue aprobado inicialmente por los partidos de izquierda, empezando por el Partido Liberal Sueco y el Partido Comunista en 1972, y en 1975 se sumó el Partido de Izquierda Socialista Noruego. Posteriormente estos partidos atrajeron a otros, para promover paridad en los parlamentos nacionales. En los años ochentas se dio un paso más, pues los partidos noruegos y suecos promovieron una ley más contundente al respecto para que todos los partidos establecieran una cuota obligada del 40 por ciento de mujeres en todas las listas electorales. Las resistencias no se dejaron esperar en los partidos conservadores, pero los partidos de izquierda lo siguieron haciendo al interior de sus partidos para generar competencia electoral.


En la memoria histórica de la democracia en el mundo, quedarán las acciones del Partido Laborista Noruego, el más grande del país por cierto, que al introducir en 1983 el 40 por ciento de mujeres en las listas de candidaturas locales y nacionales, obtuvo un liderazgo ejemplar en Europa. Contribuyó a poner el ejemplo de buenos resultados en políticas de cuotas de género. El Partido Conservador Noruego aunque se oponía a las cuotas formales, tuvo que avanzar y hacer cambios a regañadientes, llegando incluso a un 30 por ciento de candidatas en sus listas nacionales.


Hacia 1984, las mujeres ocupaban el 15 por ciento de los escaños parlamentarios en Islandia, 26 por ciento en Noruega y Dinamarca, 28 por ciento en Suecia y 31 por ciento en Finlandia. […] en 1985 Noruega ganó el record mundial. Las mujeres constituían el 34.4 por ciento de la Storting (asamblea nacional) detentaban ocho de los dieciocho puestos del gabinete, contribuían con el 40.5 por ciento de los miembros de los consejos distritales y con un 31.1 por ciento de los miembros de los consejos municipales.


Mientras en otros países europeos, las mujeres clamaban por la aplicación efectiva de las políticas de paridad de género, como en el caso de Alemania que en 1988, tras la presión de los movimientos feministas, lograron que se comprometieran a un 25 por ciento de mujeres en los puestos parlamentarios y señalaban que en la próxima década irían avanzando al 40 por ciento. En Inglaterra, los debates al respecto entonces, apenas podían avanzar.


Para las mujeres nórdicas la paridad de género en la representación política, fue una batalla que empezaron desde los años cincuenta en las secciones de mujeres de sus partidos, en momentos en que para el resto de Europa no era siquiera una demanda de los movimientos de mujeres. En la década de los sesenta ya promovían comisiones oficiales sobre temas de igualdad. Varios autores insisten en que en los países nórdicos se cultiva una cultura de la igualdad que puede llevar a su defensa en formas apasionadas.


            Los países escandinavos tienen a su favor acciones intervencionistas favorables a generar igualdad incluso al seno de la familia, -tema que no tocan en otros países-, el tema del cuidado de los niños, las condiciones del trabajo asalariado de las madres y los apoyos domésticos de cuidado de adultos mayores, tanto como otros temas, son tocados por el estado de bienestar en formas frontales y continuas.


            El debate entre la ciudadanía nórdica, se coloca ahora en revisar el comportamiento político de las mujeres en su papel de representantes, pues mucho se dice que las mujeres no siempre representan los intereses de las mujeres y que pesa más la clase que el género. Por lo que ese siguiente paso de la democracia representativa se encuentra en la construcción de la teoría política actual.



            Sin pretender copiar a las democracias nórdicas, sería interesante desarrollar una pasión por la igualdad y la inclusión en la clase política mexicana, que aún sigue en la retórica de múltiples promesas sin cumplir, para desencanto del electorado femenino y masculino. En particular deberíamos estar atentos a las formas en que las mujeres fueron colocadas en listas y distritos en la contienda electoral de este 2015, que se afirma será el año con más mujeres como candidatas en la historia de México. Tendremos una excelente oportunidad de aprender lecciones  en torno a las posibilidades de la paridad de género en la vida política de nuestro país.

miércoles, 1 de abril de 2015

Feminismos indígenas y feminismos comunitarios

Cuando decimos comunidad,
nos referimos a todas las comunidades de nuestra sociedad,
comunidades urbanas y comunidades rurales,
comunidades religiosas, comunidades deportivas,
comunidades culturales, comunidades políticas,
comunidades de lucha, comunidades territoriales,
comunidades educativas, comunidades de tiempo libre,
comunidades generacionales, comunidades sexuales,
comunidades agrícolas, comunidades de afecto,
comunidades universitarias, etc.
Es comprender que de todo grupo humano podemos hacer
y construir comunidades.
Es una propuesta a la alternativa individualista.
Julieta Paredes, 2010.

En México, el germen de un cierto feminismo comunitario e indígena fue generado al interior mismo de las luchas de los pueblos originarios, que en 1993, impulsaron al Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. Recordemos que fue el EZLN el que dio a conocer la primera Ley Revolucionaria de Mujeres, desde la cual se hicieron visibles ante el mundo, las voces rebeldes de mujeres de los pueblos indígenas de los Altos de Chiapas.


En esta Ley sin precedentes, se cuestiona el machismo institucional y cotidiano que viven las indígenas desde pequeñas y reivindican sus derechos a participar en la insurgencia, a trabajar por un salario justo, a decidir el número de hijos que pueden y quieren tener, a participar en los asuntos comunitarios, así como su derecho a la salud, a la alimentación y a la educación. Destacan que son ellas quienes deben elegir a su pareja, que tienen derecho a no ser golpeadas, a ocupar cargos de mando en la organización, incluyendo los grados militares.
La líder que promovió esta ley fue la comandanta Ramona, quien comprendió muy pronto la importancia de que un movimiento como el que alimentaba la esperanza de cambio para los pueblos indígenas, no dejara fuera a las mujeres.


            Ramona, desde los años ochenta ya venía impulsando la mejora de las mujeres en temas de salud y de educación. Reconocida por su talento, formó parte de la delegación del EZLN en los diálogos de Paz y en 1996 participó en el Zócalo de la Ciudad de México frente a más de 100 mil personas acuñando en la memoria la frase “nunca más un México sin nosotros”. Diez años después Ramona falleció de cáncer. Esa mujer, dijo el subcomandante  Marcos, “del color de la tierra y ojos de frijol negro, pequeña de estatura, era el arma más importante de los zapatistas, mujer Tzotzil, tejedora de palabras, río que canta. Ramona bordadora excepcional.” y afirma: “El mundo perdió a una de esas mujeres que paren nuevos mundos y México perdió a una de sus luchadoras que le hace falta y a nosotros nos arrancaron un pedazo de corazón.” 1


            Las mujeres que como Ramona se conectan con el deseo de un mundo diferente a partir de la participación política, desde sus comunidades y que a la par cuestionan el dominio tradicional de las practicas patriarcales, son muchas en todo América Latina, pues son más de cuarenta millones los indígenas hombres y mujeres que lo habitan. Ramona es un ícono del feminismo indígena de México.


Las “Abejas” también quedan en nuestra memoria como la agencia colectiva de la solidaridad de mujeres por la defensa y autonomía de las comunidades:


Las “Abejas” formaron unos cordones de paz y hacen que los soldados se replieguen. Ellas: pequeñas, descalzas, armadas sólo de sus manos y la fuerza de sus corazones, enfrentando al mayor símbolo patriarcal del sistema político actual.. el ejército... 2
            

Actualmente podemos hablar de múltiples ejemplos de intelectuales indígenas que están aportando desde diferentes ángulos a comprender el pensamiento feminista indígena, diferente al occidental.


            Beatriz Paredes, por ejemplo, intelectual indígena Aymara, del Estado Plurinacional de Bolivia, ha aportado sus reflexiones y propuestas de un feminismo comunitario, cuestionando al paradigma dominante del feminismo occidental. Mismo que se concentra en la dicotomía hombre-mujer en tanto individuas, mientras que Julieta Paredes, propone la incorporación de la noción de comunidad, se trata –dice- de una nueva epistemología anti-sistema, que recupera los contextos comunitarios bolivianos desde abajo y que al mismo tiempo que cuestiona el patriarcado y el capitalismo, busca crear comunidad.


Desde tiempo atrás las lideresas indígenas han visto con cierta desconfianza las propuestas de un feminismo occidental proveniente de la clase media y alta educada, que pretende hablar por ellas a través de múltiples ONGs y que apenas se acerca comprender los mundos femeninos indígenas. Sigue habiendo desconocimiento del pensamiento de las luchadoras indígenas, que están comprometidas con cambiar las condiciones de vida de sus pueblos, en además de la pobreza, la enfermedad y las carencias, que son naturalizadas, se les imponen políticas en contextos ideológicos de colonialidad que permanecen.


            Por ello Paredes y otras voces indígenas, han trabajado en la construcción de un feminismo de-colonial y antirracista, que aspira a otros horizontes de lucha, contra una desigualdad que toca muchos más registros que la oposición binaria hombre-mujer que constituye por ello una ruptura epistémica:


Descolonizar y desneoliberalizar el género es a la vez ubicarlo geográfica y culturalmente en las relaciones de poder internacionales planteadas entre el norte rico y el sur empobrecido, cuestionar profundamente a las mujeres del norte rico y complicidad con un patriarcado transnacional.3



            Estas nuevas propuestas que vienen del Sur, requieren de la sensibilidad y apertura crítica de múltiples organizaciones y grupos que trabajan con las mujeres indígenas. Los feminismos comunitarios son los que pueden contribuir a una mayor autonomía, empoderamiento y agencia de las mujeres de los pueblos originarios, dejando atrás las tradicionales políticas asistencialistas, se trata de nuevos caminos y nuevas metodologías de acompañamiento a favor de acciones que fortalezcan nuevas epistemologías y autonomías comunitarias.



[1] Julieta Paredes, Hilando fino. Desde el feminismo comunitario, Colectivos El Rebozo, Grietas, Lente Flotante, La Paz, Bolivia, 2010, Prólogo a la edición mexicana, p.7.
[2] Ibíd., p. 8-9.
[3] Ibidem.p. 66-67