“En todos los países escandinavos,
como en la mayoría de las sociedades industrializadas,
el género es el mejor mecanismo de predicción
del estatus social de una personas”
Helga Maria Hernes, 1987,p.28.
Desde
los años sesenta, los movimientos feministas de los países nórdicos (Noruega,
Suecia, Dinamarca, Islandia y Finlandia), empujaron a que sus Estados y
partidos, asumieran políticas afirmativas para el avance de las mujeres en la
participación parlamentaria. Recordemos que una política afirmativa, es aquella
que promueve acciones estratégicas temporales para generar igualdad, ahí donde
no la hay.
Así,
diversos partidos escandinavos aprobaron el principio de por lo menos 40 por
ciento de representación femenina en todas las listas y en los diversos niveles
de participación al interior del partido. Esto fue aprobado inicialmente por
los partidos de izquierda, empezando por el Partido Liberal Sueco y el Partido
Comunista en 1972, y en 1975 se sumó el Partido de Izquierda Socialista
Noruego. Posteriormente estos partidos atrajeron a otros, para promover paridad
en los parlamentos nacionales. En los años ochentas se dio un paso más, pues
los partidos noruegos y suecos promovieron una ley más contundente al respecto
para que todos los partidos establecieran una cuota obligada del 40 por ciento
de mujeres en todas las listas electorales. Las resistencias no se dejaron
esperar en los partidos conservadores, pero los partidos de izquierda lo
siguieron haciendo al interior de sus partidos para generar competencia
electoral.
En
la memoria histórica de la democracia en el mundo, quedarán las acciones del
Partido Laborista Noruego, el más grande del país por cierto, que al introducir
en 1983 el 40 por ciento de mujeres en las listas de candidaturas locales y
nacionales, obtuvo un liderazgo ejemplar en Europa. Contribuyó a poner el
ejemplo de buenos resultados en políticas de cuotas de género. El Partido Conservador
Noruego aunque se oponía a las cuotas formales, tuvo que avanzar y hacer
cambios a regañadientes, llegando incluso a un 30 por ciento de candidatas en
sus listas nacionales.
Hacia
1984, las mujeres ocupaban el 15 por ciento de los escaños parlamentarios en
Islandia, 26 por ciento en Noruega y Dinamarca, 28 por ciento en Suecia y 31
por ciento en Finlandia. […] en 1985 Noruega ganó el record mundial. Las
mujeres constituían el 34.4 por ciento de la Storting (asamblea nacional)
detentaban ocho de los dieciocho puestos del gabinete, contribuían con el 40.5
por ciento de los miembros de los consejos distritales y con un 31.1 por ciento
de los miembros de los consejos municipales.
Mientras
en otros países europeos, las mujeres clamaban por la aplicación efectiva de
las políticas de paridad de género, como en el caso de Alemania que en 1988,
tras la presión de los movimientos feministas, lograron que se comprometieran a
un 25 por ciento de mujeres en los puestos parlamentarios y señalaban que en la
próxima década irían avanzando al 40 por ciento. En Inglaterra, los debates al
respecto entonces, apenas podían avanzar.
Para
las mujeres nórdicas la paridad de género en la representación política, fue
una batalla que empezaron desde los años cincuenta en las secciones de mujeres
de sus partidos, en momentos en que para el resto de Europa no era siquiera una
demanda de los movimientos de mujeres. En la década de los sesenta ya promovían
comisiones oficiales sobre temas de igualdad. Varios autores insisten en que en
los países nórdicos se cultiva una cultura de la igualdad que puede llevar a su
defensa en formas apasionadas.
Los países escandinavos tienen a su
favor acciones intervencionistas favorables a generar igualdad incluso al seno
de la familia, -tema que no tocan en otros países-, el tema del cuidado de los
niños, las condiciones del trabajo asalariado de las madres y los apoyos
domésticos de cuidado de adultos mayores, tanto como otros temas, son tocados
por el estado de bienestar en formas frontales y continuas.
El debate entre la ciudadanía
nórdica, se coloca ahora en revisar el comportamiento político de las mujeres
en su papel de representantes, pues mucho se dice que las mujeres no siempre
representan los intereses de las mujeres y que pesa más la clase que el género.
Por lo que ese siguiente paso de la democracia representativa se encuentra en
la construcción de la teoría política actual.
Sin pretender copiar a las
democracias nórdicas, sería interesante desarrollar una pasión por la igualdad
y la inclusión en la clase política mexicana, que aún sigue en la retórica de
múltiples promesas sin cumplir, para desencanto del electorado femenino y
masculino. En particular deberíamos estar atentos a las formas en que las
mujeres fueron colocadas en listas y distritos en la contienda electoral de
este 2015, que se afirma será el año con más mujeres como candidatas en la
historia de México. Tendremos una excelente oportunidad de aprender
lecciones en torno a las posibilidades
de la paridad de género en la vida política de nuestro país.
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