miércoles, 15 de abril de 2015

La desigualdad de género en el mundo académico y universitario

“La actividad científica, como institución social,
ha perpetrado sistemáticamente injusticias contra las mujeres,
notablemente su exclusión tanto como objetos
cuanto como sujetos de la investigación  científica, 
cuando no avalando el desarrollo de las
investigaciones sesgadas en contra de las mujeres”

Ana María Sánchez Mora, 2004, p.60.[i]
Apenas en 1996, en una universidad mexicana, -considerada una de las más democráticas del país-, escuché a un profesor universitario referirse a una colega filósofa como una “prófuga del metate”, para señalar que a su juicio nada tenía que hacer en la universidad y menos aún en el campo de las humanidades. Su comentario se empleaba para justificar el hecho de lo que yo consideraba una injusticia, pues la profesora tenía muchos años siendo profesora de horas clases y no veía cercana aún su llegada a la categoría de profesora de tiempo completo. Ese mismo profesor decía que sus alumnas solo iban a la universidad a “buscar marido” y por si no fuera suficiente, para dejar clara su ideología sexista, desanimaba a todas las interesadas en trabajar temas de historia de las mujeres como objeto de estudio para su tesis, sugiriéndoles mejor estudiar batallas o personajes importantes de la política, es decir, varones.


Si alguien piensa que ese tipo de discriminaciones fueron cosa del siglo pasado, se equivocan, en pleno siglo XXI, en cualquier universidad de este país, seguimos escuchando noticias de que sigue habiendo profesores que repiten constantemente a sus alumnas que nada tienen que hacer en ciertas carreras, como en ingeniería o en Ciencia Política, entre otras. No es historia pasada saber que el hostigamiento sexual prevalece en formas cotidianas en los espacios universitarios.



Podría pensarse que esto sucede en las universidades donde los alumnos tienen posiciones frágiles en la estructura de poder, efectivamente, pero también sucede en la UNAM y sucede en muchos otros centros de investigación. Ahora podemos nombrarlo con todas sus letras, se llama violencia de género, porque ahí se sigue discriminando a las mujeres por el solo hecho de ser mujeres. La institución a través de sus representantes, asume como natural este tipo de violencias, y como parte del sentido común  y de la cultura institucional que se reproduce en el día a día.


Hablar por ello, de violencia de género en las universidades, incluso puede pensarse como políticamente incorrecto, pues son las instituciones que representan el lugar del saber, un saber que pareciera inocuo, sin lugar a dudas.


Para ser políticamente correctas, las universidades tienen la gran tarea de promover las políticas de igualdad de género y atender en serio los problemas de hostigamiento hacia las mujeres en los espacios universitarios, que son múltiples, directos e indirectos.


El reto de incluir a las mujeres en la ciencia con políticas afirmativas es una tarea pendiente, durante siglos las instituciones universitarias han remarcado las exclusiones, han sido elitistas, planteando detrás del discurso de la meritocracia, una realidad mucho más compleja, pues el saber universitario se ha asociado como parte del género masculino. Más específicamente ser parte de la intelectualidad o la comunidad científica, se asocia con hombres blancos y occidentales. Luego entonces la universidad como institución ha excluido de diferentes formas, abiertas o sutiles, a las mujeres, a los pobres, a los indígenas, a los gays y lesbianas y a personas con discapacidades.  


En la UNAM según un estudio reciente,  tiene espacios y áreas donde gobierna la meritocracia masculina y se mantiene el trato de “intrusas” a las mujeres que ingresan a ciertas carreras de las ciencias exactas, segregando a las mujeres a las carreras de cuidado como enfermería, pedagogía, trabajo social, entre otras. Se ha detectado que prevalecen a su interior, interacciones discriminadoras que generan un mal ambiente, se trata de un campo de tensiones de género.


Algunas de las conductas y formas de comunicación e interacción de los docentes y de los propios alumnos frente a sus colegas y alumnas,  forman parte de esa cultura sexista en la que no se les toma en serio. En un ambiente machista, en el que de entrada las mujeres son consideradas menos valiosas que los hombres, es común que se refieran a la apariencia física de las mujeres, o atribuyan sus logros a la posición de poder de sus parejas o maridos, o bien tratan de someterla a mayores pruebas, pues siempre dudan de los buenos resultados de las mujeres.


Actualmente se reconoce a partir del estudio citado, que la UNAM tiene pocas mujeres en los puestos de alto nivel de toma de posiciones, así como en las plazas mejor pagadas; solo un 34% de académicas pertenecen al sistema nacional de investigadores;  no hay procesos de inclusión intencionados en las carreras de ciencias exactas y en las ingenierías (26.7% de alumnas en físico matemáticas e Ingenierías), por solo mencionar algunos de los hallazgos de la investigación.


La Universidad tiene que reconocer esos actos discriminatorios claramente como institución, actualmente los reduce a ser solo problemas de mujeres. Asimismo existen muchos microdetalles discriminatorios en la escala más cotidiana en la vida docente universitaria, actos sutiles y sistemáticos que se aprecian en múltiples subjetividades de quienes tienen el poder en las jerarquías, -generalmente hombres- que aplican un trato de intrusas a las académicas y a las estudiantes,  en las evaluaciones, en las valoraciones de la productividad (ellas tienen salarios menores), en los estímulos diversos, o en los reconocimientos para dar nombramientos y cargos, donde prevalecen también las formas de exclusión de mujeres para participar de responsabilidades de alto nivel. Tanto las académicas como las estudiantes, se quejan de muchas sutiles formas de ser discriminadas por ser mujeres.


Todas, como se puede advertir,  son conductas que se ajustan al patrón estereotipado y patriarcal, un modelo que prevalece en las universidades y frente al cual, sus integrantes (estudiantes, profesores, directivos y administrativos) y  la sociedad civil, no pueden quedarse al margen. Pues la universidad es el lugar para enseñar los logros más avanzados del pensamiento y los derechos humanos, constituye un potencial espacio para democratizar un poco el mundo y para iniciar un camino de equilibrios necesarios para la convivencia humana.



[i] Sánchez Mora, Ana María, La ciencia y el sexo, México, Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, 2004.




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