“Si
bien las mujeres contribuyen a la economía
y a
la productividad en todo el mundo,
siguen
enfrentando muchos obstáculos
que
les impiden realizar su pleno potencial económico.
Esto
no sólo inhibe a las mujeres,
además
frena el rendimiento económico y el crecimiento”.
Michelle
Bachelet ONU-MUJERES 2014.
Uno de los objetivos del
Milenio que ha suscrito el gobierno de México es el de avanzar en la autonomía
económica de las mujeres para lograr una mayor equidad de género.
En México hay más de 2.5
millones de mujeres que están en edad de trabajar, que están viviendo en
extrema pobreza, en situaciones de dependencia y desempleo. Tan solo en las
ciudades, en donde las mujeres podrían tener mayores opciones para emplearse,
solo lo consigue un 51% de las que están en edad de tener un empleo remunerado,
frente a un 81% de hombres que lo consiguen incluso en mejores condiciones. El
acceso al empleo es uno de los garantes de la autonomía de las mujeres.
Es ampliamente conocido que
empresarios, empleadores y hasta los sindicatos, mantienen políticas muy
tradicionales y sexistas, al asumir que los puestos de trabajo deben tener un
único perfil de género, generalmente dejan a las mujeres fuera de las mejores
posiciones laborales, en sitios muy acotados y estereotipados. Es decir se
mantienen erróneas creencias de que las mujeres sólo pueden realizar tareas
secretariales o de limpieza y cuidado y se les niegan opciones de oficios con
liderazgo que podrían favorecerles el desarrollo de nuevas habilidades para el
trabajo.
Ahora sabemos que hombres y
mujeres, por socialización, pueden aprender a realizar las mismas tareas. Por
ejemplo los hombres pueden limpiar y cuidar tanto como las mujeres pueden
dirigir y tomar decisiones importantes. Ambos pueden aprender nuevas técnicas y
tecnologías para producir bienes, en formas exitosas para la sociedad.
No obstante, debido a viejas
creencias y estereotipos, los patrones desestimulan a las mujeres para que
avancen en sus carreras laborales, con contratos o reglamentos limitativos o
discriminatorios. Incluso es conocido que en los altos puestos de gerencia, por
costumbre se asignan solo a varones. En la experiencia internacional se ha
llamado a este fenómeno “techos de cristal”, que es reconocido como un bloqueo
intencional e inconsciente que impide que las mujeres lleguen al punto más alto
de las estructuras laborales y profesionales. Según Mabel Murín, se denomina
“Techos de cristal” a una especie de
superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de
traspasar y que les impide seguir avanzando. Se dice que es un techo invisible
porque no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos, ni códigos
visibles, que impongan claramente a las mujeres semejante limitación, sino que
está construido sobre la base de otros rasgos que por su invisibilidad son
difíciles de detectar. Finalmente los datos hablan y muestran que las mujeres
no llegan a los puestos más altos y que incluso en los sindicatos no llegan a
ocupar los liderazgos más importantes.
Si esto pasa a mujeres
educadas, con experiencia y habilidades de alto nivel, pensemos en el gran reto
que hay para las mujeres pobres, con escasa educación y en las que se carga el
trabajo doméstico, el cuidado de hijos, esposo, personas discapacitadas,
ancianos, etc. Es este grupo de mujeres el que no tiene autonomía económica
aunque trabaje mucho cada día. Esto quiere decir que una gran cantidad de
fuerza laboral femenina se va al trabajo informal y a las actividades de
cuidado de otros en casa, sin remuneración alguna. Muchas mujeres asimismo
siguen siendo formadas en la ideología de depender de un proveedor varón.
En este sentido, incluir la
perspectiva de género en la educación de las niñas y las jóvenes, les ayudará a
comprender que todos los seres humanos tenemos derecho al conocimiento y a la
realización en un oficio o profesión que contribuya a generar bienestar y
desarrollo social y económico. Asimismo que todas las mujeres tienen derecho al
trabajo digno y a mantenerse en sus empleos, sin ser víctimas de acoso ni de
explotación.
Los estados que invierten
esfuerzos y recursos para reducir las asimetrías de género en el empleo, logran
mejores niveles de bienestar y avanzan más rápido en el combate a la pobreza.
Pues como se sabe las mujeres que tienen salario y prestaciones constituyen una
excelente inversión social, pues lo llevan a la familia y lo invierten en la
educación de los hijos. A nivel de políticas públicas es fundamental extender
la seguridad y protección social a las
mujeres, tanto como la educación y la dotación de servicios públicos
eficientes. Ello puede contribuir a restarles vulnerabilidad social en las
actuales economías.
En nuestro país aplican las
recomendaciones que hiciera la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
desde hace décadas, en el sentido de que requerimos una intensa labor en los
hogares para reducir los prejuicios de género, para que las mujeres aspiren a
carreras y profesiones diversas y también para generar una nueva cultura del
trabajo en casa, para que las tareas domésticas sean realizadas por hombres y
mujeres.
Toca al Estado generar
acciones para combatir las desigualdades de oportunidades de empleo entre
hombres y mujeres. Así como realizar campañas de sensibilización para cambiar
los estereotipos de género y para garantizar la implementación de la
legislación contra la discriminación laboral de las mujeres.
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