Se trata de los libros más
humildes pero a la vez
los más simbólicos que una
nación adulta
pueda ofrecer gratuitamente
a toda su niñez […]
son los más humildes porque
responden al propósito de enseñar a leer;
son los más simbólicos
porque con ellos se declara que,
en un país amante de las
libertades como lo es México,
el repartir uniforme e
igualitariamente
los medios y el hábito de
leer es algo que nace de la libertad misma.
Martín Luis Guzmán, Primer
Director de la CONALITEG.
En México, Los libros de
texto gratuitos constituyeron desde su aparición, una forma para homogeneizar
para todo el país: contenidos educativos, métodos pedagógicos, orientaciones
ideológicas y la versión de la historia que se desea dar a conocer a los
mexicanos. Los libros de historia particularmente,
han sido polémicos y vistos como una poderosa herramienta pedagógica y política
no sólo en México sino en todos los países del mundo.
Desde que se fundó la
Comisión Nacional de Libros de Texto (CONALITEG), en 1959, durante el gobierno de
López Mateos (1958-1964), la sola idea de hacer libros para todos los niños,
generó mucha polémica. Había sectores que apostaban a que los libros de texto
contribuirían al cambio ideológico y la unidad nacional, pues prevalecía un
contexto en que seguía la lucha histórica entre el Estado y la Iglesia por el
control de la educación. Asimismo,
entonces no había libros escolares suficientes para las escuelas y los
que había eran de mala calidad y solo producidos por particulares.
El mundo editorial ofrecía
un panorama poco alentador, pues los autores de libros escolares y los dueños
de las editoriales comerciales, se negaban a actualizar los textos, a
corregirlos y menos aún a realizarles adaptaciones a la realidad mexicana.
Jaime Torres Bodet, como
secretario de educación, enfatizó que la
producción de libros ayudaría a formar a los ciudadanos mexicanos que se
requerían para el desarrollo social y económico del país. Vio en los libros la
forma de acompañar una reforma educativa transexenal como lo fue el Plan de
Once Años, misma que tenía por meta ampliar la matrícula educativa para todo el
país, continuar con la tarea de alfabetizar a los mexicanos y contar con libros
que pusieran en el centro el nacionalismo y la familia.
Los grupos que se opusieron
a los libros no sólo eran empresarios de editoriales transnacionales que ya
operaban en el país y que veían afectados sus intereses con esta nueva
iniciativa del estado, sino que fueron los sectores más conservadores de la
sociedad los opositores más duros a los
libros de texto gratuitos. Se decían desposeídos de su derecho a educar a sus
hijos, veían a los libros como portadores de ideas contrarias a sus intereses
económicos e ideológicos. Por otra parte, el Estado afirmaba favorecer la
igualdad social, con libros para todos los niños mexicanos, elaborados entonces
por maestros en servicio.
No obstante el debate, en la
mayoría de las entidades, los maestros y padres de familia recibieron los
libros como una buena iniciativa. Se estableció desde entonces la ritual
entrega de libros, rodeada de discursos y publicidad y su producción editorial
siguió a lo largo de los años creciendo en forma imparable.
Fue durante el Gobierno de
Luis Echeverría, después del movimiento del 68,
cuando se lleva adelante otra Reforma Educativa que promovió los
contenidos por áreas de conocimiento y se incorporó un nuevo discurso que
subrayabala necesidad de promover la conciencia histórica, crítica y científica
en el currículum. Por primera vez se reconocía el contexto mundial que le
tocaba vivir al niño y se ubicaba a México en el mundo. Asimismo aparecieron los
primeros libros auxiliares para el maestro.
Se puso atención a mejorar
la calidad de los textos y se llamó a colaborar a especialistas universitarios
y normalista de la UNAM, CINVESTAV, el COLMEX y universidades varias, así como
la Escuela Nacional de Maestros. Ya no se cuestionaba tanto la legitimidad del
estado para producir libros, más bien las críticas de la oposición se
concentraban en los contenidos. La Unión Nacional de Padres de Familia y las
centrales patronales señalaron que los libros de Ciencias Sociales eran
“comunistas”, porque hablaban de la necesidad de una mejor distribución de la
riqueza; también fueron cuestionados los
de Ciencias Naturales por hablar de “la
reproducción de la vida”. La historiadora Josefina Zoraida Vázquez estuvo sometida
a la crítica, pues fue quien coordinó el equipo que hizo el libro de ciencias
sociales.
Como nunca antes, los libros
de texto tuvieron una defensa generalizada por todo el país, empezando por los
rectores de 28 universidades, quienes en defensa de los libros, señalaron la
importancia cultural de los libros y hubo quien señaló que los detractores que cuestionaban a la SEP
en su tarea de hacer libros para toda la
nación, eran unos “fascistas”.
Después de una década de que
el Estado había hecho libros para todos los niños del país, ya se sabía bien
que los libros y los contenidos y enfoques de la Reforma educativa deberían
estar armonizados y caminar juntos para marcar el sentido de la educación.
Sirva esta reflexión para preguntarnos si existe ahora una reforma educativa
con clara acciones que oriente la
pertinencia de los libros de texto. Todo indica que no, los maestros están
sorprendidos por los nuevos controles y evaluaciones de la SEP, pero más allá
de este disciplinamiento, no se ve el contenido de largo alcance en términos
curriculares. Más allá de las demandas inmediatas de una sistema educativo
enorme, no sabemos con claridad el proyecto para donde se quiere llevar a la
educación y a los libros de texto en México. El debate sobre este tema sigue
abierto.
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