"En el origen de los sistemas educativos universales,
los docentes fueron percibidos como uno de los pilares de la construcción de la
identidad nacional y rodeados, por ello, de un significativo prestigio social;
en periodos posteriores fueron percibidos como profesionales técnicamente
responsables de los resultados de aprendizaje de los alumnos y, en ese
contexto, culpabilizados por el fracaso de la escuela o victimizados por el
deterioro de las condiciones en las cuales desarrollan sus tareas".
Juan Carlos Tedesco, 2005.
En
los últimos meses, hemos sido testigos de un fenómeno nuevo, en el que los
maestros y maestras mexicanos expresan abiertamente su inconformidad, molestia
y enojo, respecto a la actuación del gobierno sobre la evaluación del desempeño
docente y en general su reforma educativa.
Estamos hablando de que no sólo los maestros que regularmente se
manifiestan a través de la disidente Coordinadora de Trabajadores de la
Educación, CNTE. Sino que emergen en diferentes secciones del país las voces
inconformes, organizan mítines espontáneos, convocados desde las redes
sociales, escolares y locales.
Lo
cierto es que la Reforma educativa actual se ha concentrado en evaluar el
desempeño de los maestros, y ha generado desconfianza, temor e incertidumbre,
porque por primera vez, se anuncia el peso laboral de la evaluación, ya que si
los maestros salen mal, al tercer resultado desfavorable, serán retirados de su
empleo de profesores. En sus manifestaciones, los maestros llevan cartulinas
que dicen que la reforma no es educativa sino laboral, no hay duda de que
tienen razón.
Desde
la década de los noventas, hemos vivido grandes cambios en la educación, por
una parte por la inserción de nuevas tecnologías de la información que
anunciaban nuevas vías de conocimiento en las escuelas y por otra por la
imposición de sistemas y reglas neoliberales que impactaban en los contenidos y
en las formas de contratación de los docentes en todo el mundo. Algunos
tecnócratas llegaron a sugerir incluso que los maestros se convertirían en
estorbos innecesarios.
Lo
cierto es que la identidad docente está en crisis y no ha habido una reforma
educativa capaz de ofrecer formas alternativas y efectivas para rearticular y
afianzar la nueva identidad profesional de los docentes, en tiempos de
globalización y de grandes desafíos para los proyectos educativos y culturales.
En
las redes sociales, mediante las cuales los maestros intercambian opiniones y
datos sobre los acontecimientos que les afectan, expresan dudas sobre su
futuro, sobre las dificultades para sostener los logros laborales que conquistaron
a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, una maestra pregunta si mantendrán su
seguro médico, si su jubilación continuará en los mismos términos, si sus
ingresos frente a la diferenciación salarial serán suficientes, pero sobretodo
se preguntan si conservarán su empleo.
Los
procesos de evaluación de maestros, no son comprendidos aún por los docentes y
por la sociedad, por ello los primeros no la aceptan y la sociedad –bajo el
influjo de los medios- ve a los maestros que se resisten con poca solidaridad,
porque se supone que los maestros no deben temer a los exámenes.
Lo
visible es una desconfianza generalizada, en la que aparece por un lado, un
gobierno que no logró convencer con una reforma educativa integral y mucho
menos con sus estrategias para impulsarla. Así como una reforma que coloca el
centro de sus acciones en evaluar a los docentes, sin convencer acerca de cómo
la evaluación puede generar las nuevas identidades profesionales que se
requieren para mejorar la calidad del desempeño de los maestros.
El
investigador argentino Emilio Tenti, ya alertaba desde hace una década, que el
oficio docente se estaba transformando, en formas tales que:
a) La docencia ha sido una ocupación en
desarrollo cuantitativo permanente, al ritmo de crecimiento de la población, pero no de la economía o de
otros aspectos políticos y sociales. Este crecimiento también ensanchó la
burocracia administradora de la educación, que se ha convertido en un aparato
enorme y pesado.
b) El oficio de maestro es diverso y no
homogéneo como se creía en el pasado. El cuerpo docente no sólo es más
heterogéneo, sino que también adquiere grados crecientes de desigualdad de sus
condiciones laborales. Hay una pérdida de estatus, reconocimiento y de
posiciones en la estructura social. El deterioro de la profesión se aprecia en
pérdidas no sólo del poder adquisitivo de sus salarios y empobrecimiento de los
docentes, sino de pérdida del valor simbólico de la profesión ante la sociedad.
Asimismo
Tenti afirma que debe comprenderse la molestia y resistencia de los maestros,
que no necesariamente es oposición a los contenidos sino a las formas de llevar
a cabo las reformas, así como a los retos de los contextos de su trabajo:
La
distancia considerable entre el modo tradicional de hacer el trabajo y el que
requieren las actuales circunstancias tecnológicas, sociales y políticas puede
explicar una difusa actitud defensiva y de sospecha, y el rechazo automático
ante cualquier propuesta de innovación. Podría decirse que en muchos casos,
esta actitud no debe interpretarse como una oposición lisa y llana al contenido
de las reformas, sino al contexto (escasez de tiempo y recursos) y al modo de
llevarlas a cabo (percepción de escasa consulta y participación, defectos en la
capacitación, etcétera). (Tenti, 2005:23)
Los
maestros siguen siendo una pieza importante para favorecer los nuevos saberes,
valores y actitudes que requiere la sociedad actual.
Una
inserción más ventajosa en el sistema económico mundial requiere de nuevos
perfiles e identidades de los maestros. Lo cierto es que la estrategia del
gobierno no ha sido exitosa para generar una reforma que garantice las
transformaciones esperadas en los maestros, se está haciendo sin consensos, con
procedimientos autoritarios y amenazas más que con el diálogo y la negociación,
centralizando más que descentralizando; criminalizando a los maestros que
ejercen su derecho a manifestarse; sosteniendo el pesado poder sindical
tradicional que se caracteriza por su desinterés por la calidad educativa y por
su voracidad para acceder a curules y puestos políticos.
Se
trata de un contexto de crisis para conducir por buen camino a ese “pesado
elefante reumático y artrítico” que es la Secretaría de Educación, como
afirmaba Reyes Heroles cuando fue secretario de la misma. Ya llevamos un rato
esperando que pongan al frente de la SEP a
líderes intelectuales a la altura de las circunstancias, capaces de
conocer y comprender los alcances de la
transformación educativa.
Cuando
menos deberíamos exigir que ofrezcan alguna coherencia en lo que piden a los
maestros, pues actualmente se les pide habilidades para integrar conocimientos
nuevos, trabajar colegiadamente en consejos, atender a la diversidad y
favorecer nuevas formas de convivencia, prevenir la violencia; realizar proyectos institucionales para
obtener recursos económicos para cuestiones básicas de infraestructura de las
escuelas; conocer múltiples formas de evaluación y aplicarlas en su trabajo
como herramientas pedagógicas; generar evidencias de los logros de aprendizaje
de los niños a lo largo del año para mostrarlas cuando lo evalúen en el aula;
actualizarse en software y habilidades digitales en forma permanente; estar
conectados y enterados para usar recursos de este tipo en la enseñanza como lo
indican los libros, así como para estar disponibles ante las autoridades
centrales.
En
realidad los maestros rurales e
indígenas, así como los que se ubican en contextos de pobreza -sean de
naturaleza rural o urbana-, serán los mayormente afectados para cumplir los
nuevos perfiles. Pues en estos contextos, no hay ni las condiciones básicas
para la enseñanza, son escuelas pobres, que demandan otras políticas públicas,
por lo que la imposición de prácticas educativas homogéneas, pueden generar
enfado, insatisfacción y falta de cohesión entre los maestros.
Para cerrar, recuperamos una cita de Carlos
Ornelas, que enuncia otros aspectos éticos y prácticas deseables del trabajo de
los maestros que se siguen demandando por la sociedad:}
El
reconocimiento social al quehacer de los maestros sólo sucederá, si a cambio de
su disposición gremialista asumen actitudes de apertura y comprensión a muchos
otros profesionales que se ocupan de la educación y demuestran con hechos que
su ética de trabajo se reproduce en el salón de clases (los valores y actitudes
se enseñan mejor con el ejemplo que con la prédica): siendo puntuales,
cumplidos, honestos y diligentes.[…] estas cualidades y su ejercicio cotidiano
son indispensables para formar esa ética
del trabajo que tanto reclama el país. (Ornelas, 1995 :334)
Referencias bibliográficas:
Tenti
Fanfani, Emilio, La condición docente.
Análisis comparado de la Argentina, Brasil, Perú y Uruguay, IIEP, UNESCO,
Siglo XXI, Argentina, 2005.
Ornelas,
Carlos, El sistema educativo mexicano. La
transición de fin de siglo, Fondo de Cultura Económica, CIDE, México, 1995
(1ª, ed.), 2000.
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