jueves, 30 de julio de 2015

Hacia donde encaminar los pasos en la educación: nos va el futuro en ello


" ¿Volvemos a los orígenes para recuperar utopías porque quizá no sabemos hacia donde encaminar los pasos".
Francisco Imbernón, 2002.[i]

En lo que va el presente sexenio, hemos escuchado y presenciado una retórica reformista sin contenidos claros. Hemos visto acciones que parecen tocar poderes sindicales, pero solo para orientarlos a los propios intereses político-electorales.


Hemos visto la radicalización de los viejos disidentes, manteniendo las viejas prácticas, sin nuevas propuestas que aportar. También se observa un deterioro sin precedentes en los más de noventa años de la Secretaría de Educación Pública, especialmente en sus secretarios, que anteponen la filiación  partidaria a cualquier otro interés educativo auténtico.


            En las últimas dos décadas, vemos que las reformas educativas, van y vienen, sin satisfacer a nadie. Se trata de un panorama complejo en donde por un lado, intervienen fuerzas a favor de reformas más neoliberales y por otra, grupos que se resisten a cualquier cambio y que mantienen discursos ideológico-políticos de los años setentas y ochentas. Se trata de una tensión de fuerzas, sorda, paralizante, en donde se han agotado no solo el diálogo y  la negociación, sino también la imaginación pedagógica.


            Nos preguntamos cómo fue que hemos perdido la fe en el poder de la educación para mejorar el mundo. Cómo hemos construido este caos, cómo nos hemos acostumbrado a él, cómo llevamos esta desilusión y poca fe en la efectividad de generar contrapesos, o nuevas utopías educativas.


Francisco Imbernón (2002) afirmaba que esta perspectiva de desesperanza y parálisis proviene de la mirada superficial y de corto plazo de lo que sucede en el sistema educativo. Una mirada obsesionada en lo inmediato, pero carente de profundidad y de amplitud para analizar el problema. Este mismo autor sugiere que somos invadidos por un tecnicismo neoliberal enmascarado con argumentos posmodernos, en donde no hay compromiso político con el futuro democrático y las escuelas son dominadas por una racionalidad burocrática.  Esto quiere decir que aunque se hable de reforma educativa, no se observan los cambios y las acciones. Se avanza más en las ideas, que  en las prácticas.


“Se trata, una vez más, de la mayor de las perversiones: apropiarse de la palabra, de la idea, pero sin que se traduzca en acción.[…] E incluso el pensamiento alternativo educativo muestra, a finales de siglo, algunos signos de estancamiento, debilidad y repetición”(Imbernón, 2002).


En México, hemos visto en el actual sexenio, que a falta de una reforma educativa clara y con propuesta pedagógica de avanzada, vemos a los maestros repetir los tecnicismos que le han hecho llegar, maquillados como tecnicismos posmodernos, en formas irreflexivas y sin valorar los contextos de los niños. Cuando les preguntamos a los colegas maestros de la reforma educativa, la identifican con el uso de competencias y de “portafolios” o  rúbricas, pero sobretodo saben que trae muchas formas de evaluación.


            No obstante, hay que recordar que en otros momentos de crisis, han surgido grandes propuestas pedagógicas, como lo fue la Educación Nueva  de principios del siglo XX, que fue toda una revolución epistemológica respecto a concepciones del desarrollo de los niños, al colocarlos como el eje de la educación pública. Esa reforma vino a modificar formas autoritarias que surgieron en los contextos de militarismo y colonialismo en el mundo y que se expresaban también en las formas de educar.


Ahora debemos pensar con mayor amplitud y alcance en los fines educativos, la educación no puede ser resultado de las reformas centralizadas que se le ocurran a un secretario de educación, sino que deben escuchar las demandas de la sociedad y ser reformas transparentes desde su origen. La actual reforma da muestras de falta de consensos sociales y el mismo magisterio no entiende a donde quieren llevar la educación. La obsesión evaluadora no puede ser el único contenido de una reforma nacional para mejorar la profesionalización del magisterio, por ejemplo.


Por otro lado, ha sido en los momentos de oscuridad, cuando surgen las utopías de activistas y pedagogos, que también tienen y seguirán teniendo lugar en nuestro país, aunque son poco conocidas porque no son de interés de los medios de comunicación.  No obstante no dejan de ser pequeñas islas en un país de  dimensiones educativas como el nuestro. Por ello, los grupos y asociaciones ciudadanas clamando por una mejor educación, ocuparán un lugar importante en el futuro inmediato. Serán estos colectivos los que pueden formar comunidades de aprendizaje que cuiden y defiendan la educación pública como una de nuestras mejores apuestas de futuro. La pregunta es si podrá el actual régimen con las iniciativas de los ciudadanos -aliados con profesionales de la educación- para emprender nuevas formas de educar. Estamos frente a un nuevo escenario que demanda menos Estado y más acciones y acuerdos ciudadanos para reencaminar la educación.


Así, cabe  pensar en el futuro como una tarea indispensable para ampliar la mirada ciudadana y los alcances de las políticas públicas para la educación.  Para cerrar, retomamos las palabras de Paulo Freire:


“Cuando la educación ya no es utópica, es decir, cuando ya no encarna la unidad dramática de la denuncia y la anunciación, o bien el futuro ya no significa nada para los hombres o éstos tienen miedo de arriesgarse a vivir el futuro como superación creativa del presente, que ya ha envejecido.[…] La esperanza utópica es un compromiso lleno de riesgo.” (Paulo Freire , 1997)



[i] Francisco Imbernon, (Coord).” Amplitud y profundidad de la mirada. La educación ayer, hoy y mañana”, en La educación en el siglo XXI. Los retos del futuro inmediato, GRAO, Barcelona, España, 2002. 








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