" En una escuela que tensiona por la equidad, la
evaluación como dispositivo diferenciador, hace ruido en algún lugar".
Javier Bonilla, 2003
La
población potosina tiene una escolaridad promedio de 8.3 años que equivale al
segundo grado de secundaria. Por cada cien potosinos mayores de 15 años, sólo
17 logran terminar la preparatoria.[i] Quizá por ello la noticia de los miles
de rechazados para ingresar a la educación superior en la universidad pública,
nos parece un rechazo más amplio, un desperdicio de energías y de oportunidades
no solo para los jóvenes que no fueron seleccionados, sino para el desarrollo y
la mejora de este estado.
San
Luis Potosí, también tiene un nada honroso lugar entre los 9 estados con mayor
índice de emigración y un octavo lugar de rezago social respecto del contexto
nacional, para 2010.[ii] Hoy más que nunca se hace evidente que los jóvenes
pueden pasar por largos procesos de inestabilidad, desempleo y que la falta de
estudios superiores sigue siendo un factor adicional de desigualdad.
Las
universidades pueden ser vistas como uno de
los caminos más éticos de la movilidad social y laboral, pero también
resulta una estación fantasma, de refugio o de espera, frente a las
incertidumbres del mundo del trabajo. Pero con todo, peor aún resulta para
miles de jóvenes, no tener siquiera posibilidades de acceso a la institución
pública que brinda educación superior.
Por
ello, por más sofisticada y certificada que sea una prueba de selección de
jóvenes para ingresar a los estudios superiores, no resulta equitativa.
Generalmente son instrumentos que no se interesan por indagar sobre la
diversidad de contextos sociales, económicos y culturales de los aspirantes, no
generan igualación social en los momentos que más se requiere.
Para
empezar, sabemos que muchos de los jóvenes proceden de escuelas con calidades
diversas, pero que muy pocos, generalmente
los de clase media urbana, los que proceden de ciertas preparatorias
públicas y privadas, tuvieron la fortuna de contar con maestros a lo largo del
año, libros de consulta, acceso a internet, asesorías personalizadas,
bibliotecas equipadas, deportes en áreas adecuadas y clases permanentes de
inglés, talleres de arte, entre otros aspectos. Mientras que otros, tuvieron
maestros improvisados y faltistas, así como espacios mal equipados, falta de
conectividad, canchas insuficientes, ausencia de laboratorios o bibliotecas,
escuelas donde la mala organización se suma a la pobreza, a la discriminación,
al sexismo y ciertos tipos de violencia cotidiana dentro y fuera de las aulas,
generando una formación incompleta, pobre y pesimista en los jóvenes acerca de
su futuro.
Frente
a esa desigualdad que duele ¿qué tanta
equidad puede aportar un riguroso proceso de selección? Podríamos afirmar que
muy poca y peor aún, puede oscurecer o pretender maquillar la realidad de fondo
al reducir los resultados a las características y habilidades individuales de
los aspirantes.
Las
evaluaciones en la educación que pretenden una racionalidad técnica sin
considerar las desigualdades contextuales, se convierten en un fetiche, en
tanto que la imagen que ofrecen de los resultados de un examen se leen como si
fueran la realidad misma. Mientras que el examen no puede medir tanto, sino
solo algunos aspectos y conocimientos.
Las
narrativas derivadas de una fetichización de los resultados de un examen pueden
llevar a una lógica simplista, a responsabilizar a los jóvenes de las fallas
del sistema, a afirmar que el problema es sólo de cobertura y de presupuesto; a
estrategias de apertura de más carreras
ligadas a las necesidades de la industria recién llegada a la ciudad o a que
los rechazados tomen los caminos de la educación privada, al sugerir a los
padres de familia que toca a ellos responsabilizarse por las fallas de sus
hijos.
Esta
lógica de aparente sentido común, lleva
a cometer errores importantes,
más que a enfrentar los límites de un examen, se pretende convertirlo en
una foto de la realidad y se piensa en formas totales desde la lógica del capital, un camino por el que
se pierde a menudo el sentido mismo de
la educación pública.
En
un estado donde tenemos grandes desafíos educativos, -pues estamos por abajo
del nivel nacional-, los jóvenes que desean estudiar, deberían ser la punta de
lanza del cambio, tener mayores oportunidades y políticas afirmativas para
lograrlo. Hay muchos ruidos y voces que expresan preocupación porque perciben a
este grupo poblacional, como el que está
en la línea de espera para hacer algo que los define y nos define.
Están en la disyuntiva de ingresar a la universidad o migrar, o de
insertarse en actividades informales de diversa e inesperada índole.
Las
políticas públicas deberían ser más sensibles a las diferencias y a las
vulnerabilidades que afectan a los y las jóvenes. El acceso universal a la
educación superior no es un derecho establecido y garantizado para los jóvenes
mexicanos, como de algún modo lo es en los países desarrollados, pero sin duda
convendría luchar por ello, como mecanismo de defensa, como la base más firme y
democrática que podemos ofrecerles, para enfrentar los tiempos de incertidumbre
que vivimos.
La
educación para todos, sigue siendo una de las mejores plataformas del ser
humano, no solo se trata de preparar trabajadores para cuestiones prácticas de
la producción como sugieren ciertas agrupaciones empresariales, sino que es la
oportunidad de los jóvenes para aprender tanto de lo concreto (como la
adaptabilidad al mundo del trabajo) como
otros aprendizajes, como la
reflexividad, la autonomía, la libertad, la justicia y la solidaridad, así como
el disfrute del arte y la belleza y a la comprensión consciente de los retos
civilizatorios y de sustentabilidad que tenemos en el planeta.
[i] FUENTE: INEGI. Características educativas de la
población/Grado promedio de escolaridad de la población de 15 años y más por
entidad federativa según sexo, 2000, 2005 y 2010.
[ii] El Índice
de Rezago Social es una medida ponderada que resume cuatro indicadores de
carencias sociales (educación, salud, servicios básicos y espacios en la
vivienda)es una forma de indagar los componentes de la pobreza incluyendo más
indicadores.
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