Cuando Emiliano Zapata vio una
copia del plan de Jiménez y leyó el apartado nueve del mismo, en el cual se
exigía la restitución de tierras usurpadas en los pueblos, le dijo a Gildardo
Magaña: ‘para esto es exactamente para lo que luchamos, para que nos regresen
las tierras que nos robaron” Además, al saber que una señorita ‘revolucionaria,
entusiasta y culta’ era la autora del documento, añadió que necesitaba gente
como ella en sus filas y expresó su deseo de que Jiménez y otros intelectuales
se unieran a su causa en el estado de Morelos.
Anna Macías, Contra viento y Marea,
El
movimiento feminista en
México hasta 1940, México, PUEG-UNAM,
CIESAS, 1982, pp.49-51
Un 15 de octubre de 1925, se
dio la noticia en la Ciudad de México de la muerte de Dolores Jiménez y Muro.
Eran tiempos revueltos, de un país que no se pacificaba del todo y demasiados
protagonistas reclamaban puestos por su participación en la Revolución. Dolores
en vida nunca reclamó nada, vivió y murió pobre. Una vez muerta, una amiga,
pidió para ella una tumba a perpetuidad, misma que fue concedida, quedó en un
lejano rincón del Panteón de Dolores. Cualquiera que la busque encontrará que
su tumba ahora pertenece a la familia Rodríguez. No sabemos qué pasó con sus
restos, pues como a tantas otras mujeres revolucionarias, no la incluyeron en
la rotonda de las personas ilustres.
Lola Muro nació en 1848 en
Aguascalientes, pero vivió desde los 9 años en San Luis Potosí. Su padre fue
parte de los liberales reformistas que junto con Ponciano y Benigno Arriaga,
dedicaron sus vidas al proyecto liberal republicano. Fue una niña educada en
las ideas liberales, que creció leyendo muchos libros y con inclinaciones a la
escritura y a los retos intelectuales.
No todas las jóvenes del
siglo XIX eligieron el matrimonio, por considerarlo contrapuesto a tener
proyectos propios. Dolores no se casó, ni tuvo hijos, eligió escribir, enseñar
y cuidó a sus padres mientras vivieron.
Fue una lectora avanzada,
escritora de poesía cívica y posteriormente fue articulista de temas sociales y
políticos. También se sabe que fue maestra. Las maestras urbanas del Porfiriato fueron el modelo de
mujer intelectual, a menudo escribían en
los diarios locales sobre temas familiares y domésticos.
Desde muy joven, Dolores
destacó por ser diferente, por su escritura sobre temas históricos y
patrióticos. Quedaron en el diario oficial sus poemas premiados, dedicados a
los héroes de la Independencia y a Ignacio Zaragoza, entre otros, a los que se
dirigía como sus “hermanos”.
Asumió una identidad
intelectual auténtica, que fue transformándose a lo largo de su vida.
Ella y su familia
participaron directamente en grandes acontecimientos de la historia nacional.
Empezando por la defensa de la República, del lado del Presidente Juárez,
enfrentando las guerras intervencionistas extranjeras, posteriormente
compartieron los esfuerzos por restablecer la paz, la educación y el desarrollo
económico. A la par, fue testigo de cómo el Presidente Díaz, pasó de ser un
héroe de los liberales a convertirse en un dictador que contravenía los
principios de no reelección. También fue lectora en San Luis Potosí de textos
anarquistas que compartió con Camilo Arriaga, a quien conocía desde niño.
La opinión de Dolores era
considerada valiosa en temas políticos y en temas literarios. Prueba de ello
fue que Manuel José Othón le pedía su opinión sobre sus escritos. Importantes diarios de entonces, como El
Diario del Hogar, las Violetas de Anáhuac, La Voz de Juárez, entre muchos
otros, la invitaban a colaborar
regularmente. El mundo editorial era para ella un territorio conocido, fue
fundadora de revistas, gacetas y proclamas diversas, se convirtió en una
consumada y reconocida escritora. Pero también conoció el trabajo del taller
del impresor, desde cortar papel hasta colocar los tipos, para que los impresos
salieran a la luz.
La mayor parte de su vida
adulta transcurrió en el contexto Porfiriano, por ello sorprendió a familiares
y amigos, cuando decidió su incorporación incondicional al activismo
antirreleccionista. Este giro no era sorprendente entre los jóvenes liberales
críticos, pero sí lo era para una mujer que podría considerarse una señorita
mayor, maestra y periodista educada, que había vivido toda su vida en San Luis
Potosí.
En 1910 cuando estalló la
Revolución, Dolores tenía sesenta años y estaba totalmente involucrada como
precursora intelectual de la Revolución al lado de Camilo Arriaga, Carlos y
Francisco J. Mújica, Melchor, Rodolfo y Gildardo Magaña, José Vasconcelos, José
Rodríguez Cabo y Juana Belén Gutiérrez, entre tantos otros. Fue ella quien
reunió ideas y les dio forma precisa hasta conformar el Plan político y social
de Tacubaya, mismo que se escribió –decía- para corregir lo que le faltaba al
Plan de San Luis, de Francisco I. Madero.
El Plan de Tacubaya,
reconocía claramente las demandas agrarias, la restitución de la tierra a los
indígenas, planteaba la necesidad de pagar salarios iguales a las mujeres
obreras, la libertad de prensa, entre otras demandas sociales.
El 11 de septiembre de 1910,
Dolores Jiménez, como presidenta del Club Femenil Hijas de Cuauhtémoc, encabezó
una protesta en la ciudad de México en la glorieta de Colón contra el fraude en
las elecciones, con la consigna "es tiempo de que las mujeres mexicanas
reconozcan que sus derechos y obligaciones van más allá del hogar".
Defendió asimismo sus ideas feministas. Fue maestra y colega solidaria de una
generación de mujeres precursoras como Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Aurora
Martínez viuda de Garza, Elisa Acuña Rosseti y otras. Todas cuando menos 30
años más jóvenes que ella.
Era una profesional de la
lucha revolucionaria, capaz de discutir sus propuestas con sus compañeros de
lucha e incluso con los enemigos, como lo hizo con el temible General Aureliano
Blanquet, cuando estuvo presa en la cárcel de Belén, en 1914.
Emiliano Zapata retomó del
Plan de Tacubaya las propuestas agrarias y llamó a sus autores a unirse al
zapatismo en Morelos. El vínculo ideológico de Zapata con Dolores Jiménez y
Muro, surgió de inmediato y fue condecorada como Generala Brigadier por su
aporte a los planes políticos y sociales. La invitación la atendieron
posteriormente porque cuando les llegó, se encontraban presos.
Si bien el Zapatismo vivió
un proceso comunitario para apoyar las demandas agrarias, Gildardo Magaña, dejó
en claro que Dolores también contribuyó a escribir el Plan de Ayala, mismo que
fue publicado en 8 idiomas, con el proemio inicial que Lola Muro escribió a
petición de Emiliano Zapata.
Ella siguió colaborando como
periodista, fue fundadora de grupos políticos de obreros y de mujeres,
fundadora de diarios y revistas; fue estratega y dirigente de protestas
públicas, aunque también: prisionera política, intelectual y organizadora de
diversas actividades revolucionarias en el clandestinaje.
Quienes la conocieron –como
fue el caso de Gildardo Magaña- dejaron referencias claras de su talento para
hacer análisis político, de su compromiso revolucionario y de su autonomía como
mujer. Siempre se ganó la vida con su trabajo periodístico, incluso enferma y
anciana, ayudaba a su hermana Josefa, quien había quedado viuda y pobre, del
poeta Manuel José Othón.
Dolores nunca regresó a
vivir en San Luis Potosí, murió en la Ciudad de México, decepcionada por la
lucha entre los grupos por el poder presidencial y más aún por el asesinato del
General Zapata. Se despidió con su último poema: “Rayo de luz”, tenía 77 años.
Constituye un ejemplo de mujer intelectual, feminista autónoma, revolucionaria íntegra y periodista liberal,
de las que o claudicaron.
Hoy la recordamos en estas
líneas, a falta de una tumba y a falta de un lugar más acorde a sus aportes,
que la historia oficial le ha negado.
Ver más de Dolores Jiménez,
de su historia, imágenes y poemas en otra de mis publicaciones:
http://www.jornada.unam.mx/2001/11/05/entrada39.htm
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